“Lo que intento hacer en mi trabajo es aunar la cercanía de lo cotidiano con la distancia del mito. Porque, sin proximidad, uno es incapaz de conmoverse, y sin distancia es imposible maravillarse”.
Peter Brook
Reportaje Macbeth a partir de La tragedia de Macbeth de William Shakesperare, asumida por Teatro de La Luna, es una puesta en escena representativa de lo que puede ser el teatro contemporáneo más allá de que sea el teatro del presente.
A veces creemos que el presente permite hacer cualquier cosa y esa cosa que hacemos la legitimamos casi siempre con una manoseada cita de las remotas vanguardias artísticas de principios del siglo XX. Algo de eso creo haber visto hace poco en El Ciervo Encantado en un espectáculo de danza “moderna”, porque digamos que es reciente; “contemporánea”, porque digamos que se hizo hoy. Pero, solo por el aspecto temporal era contemporánea o posmoderna o como quieran llamarla los (…) realizadores del espectáculo
Lo resbaladizo del arte conceptual ha dado pie para meter en el saco del arte cualquier cosa; sé que hay muchas cosas que son cualquier cosa, y de alguna que puede ser una obra de arte; arte de esa manera, pero, por supuesto, si somos capaces de recurrir a la filosofía para explicar el arte y saber que para hacer arte hay que pensar y no tener solo vagas emociones.
Ese es un rollo donde no me voy a meter ahora. Aunque tengo claro que la función (…) me dejo muy poco satisfecho en cuanto al discurso danzario, pese a que había buenos ejecutantes.
Bailar no es hacer gimnasia ni mímica ni rítmica ni literatura corporal, mucho menos es la enunciación verbal de trasnochados textos. La danza precisa de una estructura de movimiento sensible y no de empecinados encuentros con lo conceptual desnudo y sin bolsillos donde meter las manos. Con concepto o sin él tenemos que tener cultura, buen gusto y la capacidad de componer en escena. Llamar la atención sobre la danza desde la danza misma está en otra fase ya a estas alturas del siglo XXI.
Bueno, que no voy a hablar de danza, quiero comentar Reportaje Macbeth de Teatro de La Luna, versión, diseño de escenografía, luces y puesta en escena de Raúl Martín quien, por cierto, es uno de nuestros hacedores teatrales más pegados a la danza, aunque en este montaje el movimiento tiene un impulso causalisado solo en reorientaciones dancísticas.
Hay momentos en la puesta en que la subjetividad plástica del movimiento destruye y renueva una figuración que no importa en su inteligibilidad, es para disfrutar la ludicidad que pone en suspenso lo previsible, desata el símbolo mediador entre lo visible y lo invisible.
Para tratar de hacer un análisis de Reportaje Macbeth hay que reconocer que Raúl Martín no desmonta la linealidad de Shakespeare, reformula el orden shakesperiano a través de una ejecución particular entre los conectores escénicos. Se respeta la historia, la trama es dada en todo su esplendor dramático.
El barroco es la correspondencia de todas las cosas; y, como es así, entonces es barroca esta puesta. Los sistemas que la integran no son ilustrativos ni funcionales, se conjugan en una composición semiológica que proyecta un microcosmos y macrocosmos de geometría propia de lo barroco por el desorden de las pasiones, donde se desligan los sentidos, donde no es posible domesticar exaltación alguna.
Reportaje Macbeth no esquiva la sobrenaturaleza shakesperiana. Hay una cita de Hegel sobre el arte donde convida a una “contemplación reflexiva”, justamente para conocer por dentro el arte. ¡Cuánta reflexión y razón en este montaje! “Porque, sin proximidad, uno es incapaz de conmoverse, y sin distancia es imposible maravillarse”, de alguna forma coincide Peter Brook con Hegel.
Reportaje Macbeth tiene la tónica del reportaje justamente por la mediación de audiovisuales donde el texto shakesperiano es desenvuelto, no intervenido, para llegar a una perspectiva actual del mismo. Los videos tienen una muy profesional puesta en pantalla que ha estado a cargo de Ismario Rodríguez.
Reportaje Macbeth queda posicionado desde la noticia, las entrevistas, los comentarios que permiten un crecimiento orgánico de lo narratológico por la logicidad de la invención teatral. Esta táctica de abordaje escénico del teatro clásico resulta muy efectiva dramatúrgicamente en la medida que concatena acciones y pasiones. Este recurso de la puesta en escena no fragmenta, todo lo contrario, agrega ilación a las intenciones de este Macbeth sin estancamiento alguno.
No hay emulación estética entre el empleo de audiovisuales y las escalas de la horizontalidad en la puesta. Los videos no instruyen ni complementan, significan, participan con plenitud en la edificación de la semanticidad y semioticidad galopante del montaje.
El Reportaje Macbeth de Teatro de La Luna manifiesta una particular perspectiva actoral. Creo notar la latencia de un proceso de construcción desde la autorreferencialidad y autopoiesis, donde la recursividad, como cita de sí mismo, está en el ánimo escénico: proceso que artiza y genera una entropía estética movilizadora, y no se asuma entropía como desorden, veámosla como fuerza que hace posible el equilibrio entre lo disímil y lo coincidente.
Creo que un buen actor no es el que me produce la ilusión de tener delante al personaje que está interpretando; un buen actor es aquel que me hace hasta olvidar ese personaje que tan diestramente está haciendo y genera un sentimiento que me renueva; y, claro, como dice Martí, hace que corra sangre nueva por mis venas; un buen actor no es quien mejor imita sino quien crea y encuentra en él mismo un equivalente del personaje.
En general entre buenos actores sucede Reportaje Macbeht. Aunque, no estoy del todo de acuerdo con algún que otro trabajo que no veo cónsono con la experiencia espiritual individual que se produce en escena.
Hay actuaciones que tiene como denominador común la profusión, la persistente eflorescencia de una gestualidad que supongo sean limada en el transcurso de las representaciones
Las actuaciones, como sistema significante, tienen una relevancia insoslayable en la puesta; la estrategia presentación/representación da sensualidad, otra sensorialidad, hace ver personas en el escenario, presenciamos una humanidad más allá de lo construido intelectualmente. Y en esta argamasa vinculante hay momentos abstractos, vívidos, coloridos, cotidianos, divergentes, no a personajes conceptualizados que se mueven entre una definición o personajes por la procuración de un texto o de un director.
Quiero destacar la majestad actoral de Yaikenis Rojas en lady Macbeth, esta joven crea un espacio autógeno con una gravitación arrasante, y supongo que debe ser muy difícil para quienes la acompañan en escena emparejarse a su sustantividad; por otra parte Amaury Millán sabe ser sensitivo, impresionable, resuelve su personaje sin el rumor del fatalismo, hechiza por la serenidad de su presencia que agencia un sentido particular a su dialéctica actoral; harina de otro costal hay en las tres brujas: piano, violín y guitarra eléctrica: Laura de la Caridad González, Isaac Soler y Ernesto Fonseca respectivamente; esas brujas son la primera y más sostenida sorpresa, hacen que la música “sumergida en el mundo prelógico, no sea nunca ilógica” desde una tarima como único elemento escénico sentencian, revelan y proyectan misterio.
El vestuario en esta obra es de Celia Ledón y potencia con hechizada languidez arborescente el paisaje escénico de una puesta que tiene un diseño de luces condicionante de una espacialidad donde late la escenografía genitora de lo real y de lo invisible. En la agudeza metafórica de las luces tiene ganancias la supremacía estética-ideológica de “La tragedia de Macbeth”, sin el mediocre mejunje crítico-social que a veces vemos en algunas representaciones tan de moda últimamente.
La ausencia del signo es de una semioticidad esplende en esta puesta: solo espacio con atmósfera escenográfica convincente, sin objetos escénicos; lo axial del esquema iconográfico está en la movilidad corporal que busca una floración de resuelta plasticidad danzaria donde se alcanza una figuración per destare l’ingegnio, como recomendaba Leonardo: excitar el ingenio para ser capaz de inventar.
Reportaje Macbeth ni es real ni es fantástica, tampoco vanguardista ni posmoderna ni posdramática ni nada que ver con esos pitos y esas flautas que suenan vacilantes cuando se carece de solidez cultural, buen gusto y capacidad para componer en escena.
Reportaje Macbeth tiene, como corresponde, cualidades estéticas a lo Raúl Martín quien bien sabe que desde el modernismo las estrategias del arte han cambiado y no paran de hacerlo. Pero no se trata de inventar el agua caliente ni de masticar el agua tibia.
Si nuevos significados se buscan tendrá que ser sin delirio arbitrario, tendrá que ser bajo el paradigma que de lo contemporáneo supo ver Max Ernst al definir el collage como encuentro de realidades distantes en un plano ajeno a ambas: La Habana cumpliendo cinco siglo y “las energías sociales del Renacimiento Inglés”, en el escenario de la sala Llauradó.
Reportaje Macbeth es una puesta en escena cuestionadora, antidisciplinaria: no se hace teatro, se teatraliza el efecto que el teatro puede producir; eso es, el efecto de la expresión; libertad de expresión; tecnología de la expresión buscando una perceptiva del hecho teatral con coordenadas de irradiación de “doble refracción”, como dijera Lezama, cuando es certera la fusión indivisible entre la Realidad y el Mundo de la obra.
Para consolidar los lazos culturales y fomentar el intercambio entre el Reino Unido y Cuba, llegó a La Habana la Semana de la Cultura Británica dedicada a Escocia, la cual ofreció una mezcla entre el arte moderno y tradicional de esa nación, vinculado con la cultura de este país caribeño.
“Con un fuerte acento escocés”, como denominaron este evento, la música, la danza, el teatro y el audiovisual tomaron la escena y desde esta perspectiva, la compañía Teatro de la Luna encabezada por Raúl Martín se presentó en la sala Adolfo Llauradó de la Casona de Línea, con la obra "Reportaje Macbeth"; una versión de la obra clásica de William Shakespeare, "La tragedia de Macbeth"
Con señas contemporáneas y llevado a la realidad cubana, el poder, la corrupción, la ambición, la traición y la duda regresan a las tablas donde el pensamiento, los sueños y una filosofía para materializar los deseos se concretan, sin importar por encima de quién o qué, se tenga que pasar.
La pieza representa nuevos ardides sin perder su esencia, dando paso a la utilización recurrente de la multimedia para demostrar que en la actualidad existen personajes como Macbeth, ajustados a nuestro contexto histórico. Entonces aparecen las noticias y se utilizan conductores de la televisión para llevar el mensaje.
"Reportaje Macbeth" traspasa el tema de la racialidad, en tanto algunos de los personajes incluyendo el principal, son interpretados por actores negros. Aspecto que respondió a la calidad interpretativa, al espíritu, fortaleza y los deseos de cada artista, donde la poesía trágica llega a ser grandiosa y a la vez terrible.
Una atmósfera colérica rodea el drama, desde los primeros versos que revelan la ambición y las aspiraciones, aunque existe un debate entre la nobleza y todos los excesos en los que se ven arrastrados los personajes.
El reparto fue asumido dada la psicología y la poesía de la obra, y trajo a escena un elenco luminoso, donde Jorge Caballero interpretó a Macbeth; Roberto Romero le dio vida a Banquo; la actriz Yaikenis Rojas se adentró en la piel de Lady Macbeth; Luis Manuel Álvarez “Bangán” como Macduff y Amaury Millán protagonizó a Malcolm.
La obra tuvo la particularidad de usar músicos que a la vez asumieron los personajes de las míticas brujas adivinas de la tragedia. La propuesta llevó a escena una banda de pequeño formato, con Laura González en el piano; Isaac Soler en el violín y Ernesto Fonseca en la guitarra.
Esta fue una pieza que, aunque tuvo pocas semanas para su montaje y ofreció solo tres funciones, esperamos que más adelante esté de vuelta para deleite del público asiduo a los teatros. La acogida fue muy buena y la obra se reinventó a sí misma, en cuanto a lenguaje y representación, lo cual la dotó de un sello contemporáneo particular.
Mucha alegría nos dio adentrarnos en el mundo de Shakespeare, fueron las primeras palabras de Raúl Martín, director de Teatro de la Luna al convidarlo a hablar sobre su montaje Reportaje Macbeth.
“Fue vertiginoso el proceso -continúa- pues la propuesta me la hicieron muy pegada al día del estreno. Seis semanas casi es muy poco tiempo para lo ambiciosos que somos con la obra”.
El equipo de trabajo de Raúl dijo que sí al reto desde el primer instante. “Y mira -me dice- me he sentido muy bien con el elenco y con la propuesta a nuestros espectadores”.
“Pensamos siempre en una pareja de reyes muy caribeña, muy cubana: Yaykenis Rojas y Jorge Enrique Caballero. Amaury Millán que es un actor muy valioso haciendo Malcom, el hijo de Duncan, Luis Manuel Álvarez, Roberto Romero, y Freddy Maragoto, todos muy en casting, cerca de sus personajes, y esto fue importante para mí por la celeridad del proceso”.
“El tiempo que tenía tuve que invertirlo en la sicología de los personajes, la situación, para que no quedara externo el trabajo. Ellos partiendo de sí mismo y poniéndose en las circunstancias de la obra, de la historia”.
Raúl Martín volvió con la música en vivo, incorporó multimedia en función de lo que se dice. El movimiento, un sello distintivo del grupo, lo concibió a partir del camino de las luces. “Es una obra de penumbras y claridades, pero sobretodo de penumbras, es un mundo oscuro, sórdido, de crímenes, asesinatos, y el diseño de movimiento es a partir de sus entradas y salidas de la luz”.
“La danza -comenta el director- surgió de la propia necesidad de la obra, no hubo grandes pretensiones como en otras ocasiones”.
El más reciente montaje del Teatro de la Luna, que dirige Raúl Martín, es la reposición de Reportaje Macbeth, basado en La tragedia de Macbeth, de William Shakespeare, y pudo verse por cuatro fines de semana —once funciones— en la sala Adolfo Llauradó, con el espacio completamente cubierto hasta donde lo permitieron las medidas sanitarias y excelente acogida del público. Estrenada el 6 de diciembre de 2019, como parte de la semana de la cultura británica en Cuba, y en aquella oportunidad fueron únicamente tres funciones las programadas. Luego, la llegada de la pandemia impidió otras programaciones previstas. El regreso, un año después, requirió de algunos cambios en el elenco y se apreció mucho más maduro, luego de otra etapa de ensayos.
Tipificada a lo largo del tiempo como la “tragedia de la ambición”, Macbethconstituye junto con Hamlet, una de las obras más conocidas y más sólidas de Shakespeare.
La tragedia clásica de Shakespeare, escrita alrededor de 1606 y basada libremente en la historia de un personaje real, rey de Escocia entre 1040 y 1057, partió de las Crónicas de Holinshed, fuente que nutrió también sus obras históricas. Tipificada a lo largo del tiempo como la “tragedia de la ambición”, constituye junto con Hamlet, una de las obras más conocidas y más sólidas de su creación, aunque contiene pasajes de cierta oscuridad. Con ella, Shakespeare quiso condenar el personalismo, el crimen, la usurpación del poder y el orden feudal que amenazaban con reinstaurarse en su época con la inminente subida al trono de Jacobo VI, en una etapa en que se había cerrado el primer período de su creación, lleno de optimismo y espíritu humanista. El envilecimiento del guerrero valeroso, instigado por la codicia de su esposa y por el vaticinio de tres brujas fatídicas, alimentan en él el ansia ilimitada de poder y convierten su llegada al trono en objetivo principal, pero junto con su arrojo criminal, crecerá el miedo, que lo llevará a la locura y a la muerte.
Si bien es esta una tragedia que por la actualidad mencionada se estrena y repone regularmente en escenarios internacionales, para la escena cubana este de Raúl Martín es, apenas, su segundo montaje. El estreno absoluto en Cuba lo emprendió Berta Martínez, allá por 1984, al frente de un notable elenco del extinto Teatro Estudio, protagonizado nada menos que por Herminia Sánchez y José Antonio Rodríguez.
El proceso de montaje de Reportaje Macbeth se había realizado en tiempo record, pues en poco más de un mes Raúl Martín debió emprenderlo para satisfacer la invitación de integrar la cartelera de la festividad cultural británica en 2019. Con su innegable talento, el director se valió de efectivos presupuestos que, a la vez que le permitieron aligerar el proceso sin hacer la más mínima concesión artística, contribuyeron a darle al montaje la marca de actualidad que demandaba para él volver a un texto como ese, cuyos parlamentos nos recuerdan acciones de la actualidad política del mundo.
Al exponer luchas por el poder en las que se ven envueltos personajes enceguecidos por el afán de dominio, capaces de la traición y el crimen, y de manera descarnada un camino de sangre que se prolonga por la impunidad, inevitablemente podemos articularlos en nuestra memoria con trampas y asesinatos que se perpetran contra adversarios en turbias contiendas políticas de estos tiempos.
El director Raúl Martín se vale de la intermedialidad y el video, proyectado en una pantalla al fondo, y nos induce a pensar la trama como una narrativa común a estos tiempos.
Esas ideas guiaron el sentido de retitular a esta puesta Reportaje Macbeth, para lo cual el director opta por introducir un plano de acción nuevo, el de los partes de guerra y resúmenes narrados que habitualmente forman parte de las reseñas y reportajes de los noticieros televisivos. Así, se vale de la intermedialidad y el video, proyectado en una pantalla al fondo, suple pasajes de la obra que sintetizan importantes giros de acción y que, en contrapunto con la acción viva representada, constituyen elementos de una aguda perspectiva brechtiana, al subrayar la cercanía de la peripecia desde la virtualidad mediática y, al emplear comunicadoras reales de los espacios noticiosos de la televisión cubana, nos induce doblemente a pensar la trama como una narrativa común a estos tiempos. El recurso se explota al máximo y cumple más de una función dramática, lo que lo valida como un elemento expresivo consustancial al discurso, pues también sirve para magnificar en la gran imagen la figura del rey Duncan y su bondad, al mostrarlo por única vez de ese modo, a su llegada a los dominios de Macbeth. A cargo del actor Osvaldo Doimeadiós, nos hace sonreír desde la fina ironía con que resume el candor del monarca en la fugaz aparición del personaje. También reproduce una encuesta en la que se expresa el sentir popular frente al restablecimiento del orden. Y al final, en broma colosal, Malcolm aparece en el podio de la asamblea de la Organización de las Naciones Unidas afirmándose como mandatario.
Al final, en broma colosal, Malcolm aparece en el podio de la Asamblea General de la ONU, afirmándose como mandatario.
Otra virtud significativa de la puesta en escena es el desempeño equilibrado del elenco. La certera dirección de Raúl Martín extrae de cada uno de los actores, jóvenes y hasta noveles, una presencia cabal y rica en matices. Jorge Enrique Caballero interpreta a Macbeth y moviliza una variedad de recursos psicofísicos, para transitar del honesto y valiente guerrero al taimado asesino que depondrá al rey dándole muerte con sus propias manos, y luego al temeroso culpable. A su lado, Amalia Gaute, en derroche de fuerza como instigadora principal del crimen, elige una caracterización que nos la muestra sardónica, inescrupulosa y segura del camino a seguir para conseguir el trono, aunque tanta maldad terminará por enajenarla.
Roberto Romero, como Banquo, revela cómo un actor que no ha dejado de trabajar —en montajes diversos de Raúl Martín, Carlos Díaz, Marian Montero o Jazz Martínez Gamboa—, madura a ojos vistas y explota bien su presencia y su estatura física para crear a un cortesano valeroso y resuelto a enfrentar al tirano. El más joven Ángel Ruz, en Macduff, procesa de cara a nosotros el dolor de la pérdida de sus seres queridos a causa de la codicia de Macbeth y lo convierte en pujanza justiciera. En cuanto a Malcolm, alternan el rol los noveles Víctor Cruz y Alejandro Castellón, y esta es para ellos la gran oportunidad de incursionar en una obra de gran complejidad en el lenguaje y en las caracterizaciones, de la que salen airosos después de haber mostrado ya excelentes dotes en otras puestas contextualizadas en la contemporaneidad. Freddy Maragoto pasea un Ross de efectiva sobriedad, en la que no faltan sutiles guiños.
Es admirable la fecunda visión integradora de Raúl Martín que, como parte orgánica de su poética y ya un recurso habitual en los montajes del Teatro de la Luna, amante como es de la sensorialidad rotunda en la escena, inserta en la puesta la presencia interactuante de la música en vivo. El trío que integran Laura de la Caridad González al teclado, Isaac Soler al violín y Ernesto Fonseca con la guitarra eléctrica, también compositores de la música original y arreglistas de otros temas, todos plenos en resonancias contemporáneas. Laura canta brillantemente —habrá ocasión de que se luzca en solitario en algún cabaret del grupo, y el trío, al desdoblarse de la función de acompañamiento incidental más tradicional, ejecuta coros, interviene en momentos climáticos, y genera un contrapunto permanentemente activo. No sólo porque sean ellos, desde su posición, quienes asuman a las tres brujas agoreras, sino porque todo el tiempo la música vibra al compás de emociones y peripecias, como elemento indispensable del universo sonoro de la acción trágica.
Jorge Enrique Caballero interpreta a Macbeth y, a su lado, Amalia Gaute aparece como instigadora principal del crimen.
Así consigue una brillante visualidad, a partir del extraordinario diseño de vestuario de Celia Ledón quien, con imaginación e ingenio, vocación artesanal y capacidad de síntesis, logra construir hermosos trajes de época con indiscutible abolengo y reminiscencias medievales y punk, con apenas pocos géneros de tela predominantemente negra y algunos elementos en gris. Innumerables alfileres plateados de gancho, dispuestos convenientemente y distintos en cada patrón, adornan y refulgen a la distancia en claro símbolo del poderío económico, al mismo tiempo que revelan la provisionalidad del poder venido del crimen y lo hiriente de los actos traicioneros que lo sostienen. Guido Galli aprovechó el elemento icónico y la simbología para crear un hermoso cartel para anunciar el montaje. Los trajes, cuyos modelos se crean a partir de las intervenciones de la artista con rasgados que conforman caídas y sugieren corporeidades cargadas de sensualidad. Con hermosura y elocuencia se insertan perfectamente en el sobrio minimalismo de creación hecha contrarreloj y a contracorriente de carencias materiales y de producción. Al clima plástico general contribuyen las luces, de Norberto Parra, que movilizan nuestros sentidos al transitar por los estados de tensión, más allá de llenar el espacio vacío, junto con los desplazamientos actorales, pulcramente coreografiados por Raúl Martín. De tal modo que no se echa de menos ningún elemento escenográfico o de atrezzo, en brillante teatralidad de la acción y la palabra, la presencia y el gesto.
Las dos horas de duración de Reportaje Macbeth, un tiempo mayor que el promedio que ocupan los montajes de estos tiempos en nuestros escenarios, pasan volando y nos vamos con una grata sensación de goce estético y cognitivo, felices de apreciar tanto talento y visibles ganas de hacer reunidos.
El extraordinario diseño de vestuario de Celia Ledón consigue una brillante visualidad y, al clima plástico general contribuyen las luces, de Norberto Parra.
Aún hay aspectos que deben afinarse, como la pronunciación en un inglés homogéneo del nombre del protagonista, diferente entre cada una de las reporteras y entre los músicos. Y los protagonistas apuntan potencialidades que un mayor número de funciones logrará madurar. Por eso y para disfrute de un público más numeroso, reclamo la pronta vuelta al escenario de este reportaje teatral shakespereano, sea en la sala Llauradó o sea —ojalá— en la sede propia que tendrá, por fin, el Teatro de la Luna en el Centro Cultural Roberto Blanco, nacido de la reconstrucción del antiguo cine Pionero.
Reportaje Macbeth debe ser uno de los candidatos al Premio Villanueva de la Crítica, que cada 22 de enero distingue a los mejores espectáculos del año anterior.
Salve, Teatro de la Luna, por un futuro cercano de encuentros con el buen arte.
Una nueva temporada de Reportaje Macbeth, un montaje de Raúl Martín con su Teatro de la Luna, nos sorprendió gratamente en las últimas semanas del pasado año en la sala Llauradó.
Bien es sabido que el autor de la tragedia nombrada por el maquiavélico guerrero que instigado por su no menos diabólica esposa deviene tirano usurpador del trono , resulta siempre un contemporáneo que nos habla desde su remoto siglo XVII como si lo hiciera ahora mismo, mediante una escritura tan vigorosa como poética.
Martín, quien gusta desde su poética en tanto director escénico dialogar con los clásicos, envuelve La tragedia de Macbeth en ropas muy actuales e incluso contextualizadas en nuestro entorno: reporteros del noticiero televisivo van informando sobre los acontecimientos que se suceden en el relato con las técnicas y el lenguaje propios de los medios, adicionando con ello no solo una nota de humor que aligera la densidad y la crudeza de los hechos, sino de absoluta actualidad, para reafirmar que aquellas pasiones que el bardo londinense plasmó y criticó en su obra –los peligros de la ambición y abuso de poder, el pago del crimen, los desmanes y consecuencias funestas del totalitarismo y las dictaduras—son algo que, lamentablemente, no solo han permanecido en el tiempo sino que se perfeccionan y acentúan.
En la puesta, tal como es habitual en las de teatro de la Luna, músicos en vivo no solo aportan el imprescindible elemento sonoro sino que ambientan, comentan, como aquel coro griego de la tragedia clásica, aun más antigua que la del “cisne de Avon” y de la que, sabemos, tanto bebió; solo que este presenta y comparte solfa, tanto original como versiones de piezas conocidas, que aportan referentes familiares a muchos, y cuyos arreglos han corrido a cargo de de los propios instrumentistas (Laura de la Caridad González, Isaac Soler y Ernesto Fonseca) .quienes incluso se desdoblan simpáticamente en importantes personajes (las brujas).
Un recurso muy empleado en el teatro de nuestros días como es la inserción de imágenes audiovisuales, aquí no es un mero complemento de la acción dramática, sino parte inextricable de ella, por la propia estructura y la esencia de la lectura que Raúl y los suyos han realizado del referente shakesperiano. Ello funciona de manera muy integrada y coherente, haciéndose un todo con el discurso central que constituye el hipotexto concebido por el dramaturgo británico.
La puesta toda rezuma cuidado y rigor, gracias al diseño lumínico y escenográfico del propio Martín, que resuelven con gran economía las traslaciones espaciales, las atmósferas y la relación entre seres humanos y entornos, algo de tanta importancia en el teatro de Shakespeare. Los movimientos acusan una inteligente proyección de la dinámica escénica para focalizar una pieza que, como sabemos, se mueve desde las intimidades de la casa hasta los espacios abiertos.
Una de las virtudes más sólidas son los desempeños,t comenzando por el protagónico de Jorge Enrique Caballero, un actor que crece y se consolida por día; su emisión eufónica, su gestualidad tan expresiva como contenida, su estro registrado en los ámbitos de la pura tragedia sin por ello caer en excesos ni desbordes , anotan puntos ganados a su carrera; Amalia Gaute (Lady Macbeth) pese a entender con precisión y matices las coordenadas de su legendario personaje, debe superar cierto explícito tecnicismo que revela en ocasiones la deliberada composición de su papel.
El resto del elenco (Roberto Romero , Freddy Maragoto, Angel Ruz, Vicotr Cruz, Alejandro Castellón y los aludidos músicos, así como los conductores televisuales devenidos centrados actantes) exhibe ductilidad y aprehensión de los rasgos definidores de los caracteres asumnidos.
Reportaje Macbeth fue sin dudas un momento elevado en la cartelera teatral del año que finalizó. Esperemos no tarde otra temporada con este clásico revisitado.
Las obras de teatro clásico cubrieron los escenarios cubanos durante los siglos XIX y XX, después de 1959 siguieron teniendo vigencia, sobre todo en un grupo de repertorio ecléctico como Teatro Estudio. Vicente Revuelta y Berta Martínez principalmente dieron ejemplos de la escena clásica; fueron verdaderos paradigmas de creatividad y modernidad estilística. Nuestros actores de aquella época poseían la cualidad de expresar el verso de manera especial porque muchos venían de la escuela del buen decir imperante en las décadas del cuarenta y el cincuenta, y, aunque se modernizaron en su técnica con los ejercicios stanislasvkianos, conservaron las cualidades vocales necesarias e imprescindibles para los textos shakespereanos y del Siglo de Oro español. Luego, en décadas posteriores y debido a otros métodos y maneras que priorizaron la fisicalidad en las tablas, se perdió bastante de aquel repertorio y quizás la mejor manera de enfrentarlo.
Indudablemente, asumir hoy esos discursos de corrección idiomática, con la ampulosidad de sus personajes, de amplia caracterización, y los cambios de escena, que requerirían gastos colosales de montaje en vestuario y escenografía, obligan a pensar en otros modos de creación teatral más económicos. Es así que muchas puestas en escena actuales se apoyan en recursos tecnológicos o multimediales, que mal utilizados pudieran resultar ridículos, atroces o forzados.
Raúl Martín, director, diseñador escénico y dramaturgista, estrenó a finales de 2019 una versión de Macbeth de William Shakespeare de una modernidad, buen gusto y riqueza conceptual, muy bien acogida por el público y la crítica especializada.
En la dramaturgia, Martín respetó todos los hitos de la tragedia de la simulación: la violencia y el crimen de los poderosos y dictatoriales jefes de gobierno, en este caso, un rey que destrona a otro e invade territorios en su afán depredador, guiado por la ambición desmedida. Los avatares de su trayecto como gobernante y asesino relucen a nuestros ojos en un dúo que nos provoca desprecio y horror: Macbeth y su esposa Lady Macbeth, tan miserable y monstruosa como él, instigadora de crímenes y fechorías.
La representación prescinde de escenografía y se sostiene, sobre todo, por las perfectas composiciones coreográficas, que dan variedad y riqueza a la misma; entradas y salidas bien pensadas y ejecutadas para que nunca decaiga el ritmo trepidante de la acción.
Esa cualidad innata y desarrollada por Martín de sorprendernos y estimularnos a los espectadores mediante un pensamiento estético de exquisitez, ha regido su creación de diferentes maneras, ya sea en los textos contemporáneos que ha concebido, o en este clásico, donde su discurso se imbrica con inteligencia al tono y esencia del original.
¿Dónde radica la singularidad de la tarea del director? En la síntesis de los elementos expresivos que conforman su espectáculo; algo insólito, asombroso, pues los que pudieron ser añadidos vacuos, en las manos del líder de Teatro de la Luna se convirtieron en joyas de expresión escénica y a la vez en actualización del tejido dramatúrgico para su concreción en una solución contemporánea
Me refiero a la utilización de una pantalla, presente durante toda la puesta, como acertado recurso de transgresión epocal, donde periodistas de la realidad cubana actual del Noticiero Nacional de Televisión: Irma Shelton, Karina del Valle y Lisandra Amat, nos informan en diferentes momentos de las acciones de las tropas de Macbeth y de sus contrincantes, también apreciamos imágenes de soldados en acción y de batallas, todo imbricado en lo teatral propiamente dicho. Del mismo modo, hay escenas del rey depuesto y del nuevo rey que tomará el poder: Malcolm, el sucesor del asesino Macbeth.
La versión dramatúrgica se debe al propio Raúl Martín, que ha logrado conformar en un haz, texto, diseño espacial, escenográfico, luminotécnico y puesta en escena, lenguajes que empastan perfectamente con el concepto de la actuación.
Una cualidad del director ha sido y es el respeto a la sicología de los personajes y al sentido de búsqueda de la verdad en la actuación. Nunca ha acudido a poses o movimientos bellos pero extraños sin justificación, lo cual puede nublar la visión del sentido último o fundamental de la acción misma. Por tanto, la actuación en el espectáculo se fundamenta en el choque de los conflictos, en la lucha de contrarios, hay aspectos brechtianos en la frontalidad de las composiciones y de los actores en solos y dúos, en realidad muy a tono con los tiempos actuales. Martín fusiona lenguajes y técnicas y enlaza todo lo que le sirve para expresar la tragedia y sus consecuencias. No olvidemos que Raúl fue alumno de Dirección del gran régisseur Roberto Blanco, de ahí esas distribuciones limpias, precisas, hermosas. Sin embargo, a diferencia de Blanco, el decir y los movimientos tienen una tonalidad de drama dentro de la tragedia. Nunca abusa o promueve lo teatral ampuloso, la suya es una condición acorde con un concepto más contemporáneo.
El vestuario, a cargo de la destacada y reconocida diseñadora Celia Ledón, realmente posee altos valores artísticos y estéticos. Presenta elementos del medioevo que adquieren actualización con rasgos de la generación punk. Realizado en colores grises y negros, utiliza rasgados en mangas, piernas o pecho, cuyas transparencias resaltan o descubren zonas de la piel de los actores. De igual modo, destaca la suntuosidad que les otorgan grandes alfileres imperdibles de fulgor plateado, colocados de diferentes modos en chaquetas masculinas y en trajes femeninos.
Otro llamativo aporte a la originalidad y atractivo de la escenificación radica en otorgarles a las brujas de la historia original la condición de ser a la vez los músicos en vivo del espectáculo. Laura de la Caridad González, como primera Bruja, dice los textos y toca el piano; Isaac Soler, como Bruja segunda, el violín; y Ernesto Fonseca, como Bruja tercera, la guitarra eléctrica. El conjunto musical-actoral distiende las tensiones que provoca la pieza, resulta un parteaguas en las acciones violentas; es como un giro irónico y de humor negro de los sucesos, algo absurdo y contrastante, por novedoso.
Los actores implicados asumen el discurso textual con hondura, seriedad y conocimiento del estilo y del decir. En Banquo, Roberto Romero da nuevas pruebas de versatilidad, en este caso resaltando la dureza y energía poderosa de su personaje, un adalid, a lo que contribuye su imponente imagen física. Como Ross, Freddy Maragoto, propone una línea más queda, insinuante y sibilino, con un estilo y tono personales que determinan una oposición interesante en el elenco. Ángel Ruz, joven actor con cierta experiencia en otros roles, muestra la desesperación y el sufrimiento por la muerte de su esposa. Su Macduff emocionalmente reclama la atención de los espectadores.
El joven Malcolm, de Víctor Cruz, con el antecedente paradigmático de su interpretación anterior en Equus, encuentra otra arista en este personaje, que solo vemos en pantalla. Lo enfrenta con resolución, fuerza, y sobre todo con el refinamiento propio de la clase que representa.
También en imagen, Osvaldo Doimeadiós, uno de nuestros más reconocidos actores, con una intervención especial, aporta ese seguro decir e inteligente hacer que lo definen como un intérprete todo terreno.
Roberto Gacio Suarez
Revista "Tablas" 1-2. Año 2021
En los entes de poder intervinieron Freddy Maragoto, Víctor Cruz y Alejandro Castellón. Colaboraron en la multimedia, Robin Alejandro Corrales, Daniel Alejandro Barrera y Giselle Quintana.
Los dos soportes principales de la puesta son Amalia Gaute y Jorge Enrique Caballero en los roles de Lady Macbeth y Macbeth respectivamente.
La jovencísima Amalia cuenta con una dicción y fraseo perfectos, con la intencionalidad y proyección vocal adecuadas para abordar un clásico. Su fuerza dramática, intensidad interpretativa e inteligencia artística, le permiten desarrollar la malignidad y los oscuros deseos de esa mujer ambiciosa, de instintos asesinos. Ella, instigadora de muchas de las acciones de su marido, constituye el poder detrás del trono.
Por su parte, Jorge Enrique Caballero, experimentado en variados personajes de teatro, televisión y cine, con un espléndido dominio corporal, entrega sentimientos y emociones que van desde la violencia hasta el miedo y el terror. Sostiene cabalmente este enorme protagónico con la mesura e impetuosidad necesarias. Solo que en momentos álgidos de la trama, cuando está embargado por emociones extremas, estrangula un tanto la voz, lo cual se debe a la tensión corporal, que no debería interferir en la libre expresión de las palabras. A pesar de ello, su actuación puede calificarse de altísimo nivel interpretativo, lo que valdría para ratificarlo como uno de los actores más relevantes de su aún joven generación.
La concepción del espectáculo denota un pensamiento político como parte de un análisis social que incluye lo humano y lo histórico. Sus fundamentos son inclusivos e integradores, de una visualización contemporánea que agrupa lo tecnológico y lo artesanal. Creatividad, imaginación, síntesis expresiva se amalgaman en un resultado sumamente atractivo, que toma como referente a un público heterogéneo, con soluciones escénicas que trasparentan de forma veraz y con claridad las intenciones conceptuales, envueltas en el manto arropador del juego artístico de personajes y situaciones. Ello le confiere a Reportaje Macbeth una cualidad diferente y de significativa trascendencia para la escena actual de la nación.
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