Es muy serio lo que dicen los personajes de El banquete infinito, la obra de Alberto Pedro que ha estrenado Teatro de La Luna. Es muy serio, pero al mismo tiempo hace reír. Demasiado disparatado resulta el discurso de la mayoría de estos seres, abanderados de una gesta que ellos mismos no acaban de comprender ni calcular. Y por si fuera poco, la puesta insiste en desdramatizarlo todo.
Raúl Martín prefiere las comedias contundentes. Teatro que cuestione y fustigue, y que también divierta y haga pensar. Látigo con cascabeles. El entramado de El banquete infinito se vuelve carnavalesco, pero eso no significa que se banalice.
Se trata de una parábola sobre los demonios del poder, los ámbitos en que puede concretarse, las criaturas que pueden llegar a encarnarlo o acompañarlo. Algunas situaciones apuntan a la farsa, o al teatro costumbrista. Pero en el contrapunteo de los personajes aflora un realismo descarnado.
Es un espectáculo polifónico e integrador. La dirección de actores distingue con eficacia líneas complementarias: por un lado, los que se debaten en el sinsentido, enfáticos y teatrales; por el otro, los que tienen los pies bien puestos sobre la tierra.
Los actores defienden el texto con una suficiencia admirable. No hay eufemismos ni edulcoraciones en esas interpretaciones, ni en la puesta toda. La cuarta pared es violentada constantemente y hasta el olor de la comida que los personajes manipulan y consumen llega hasta los espectadores. Este es teatro de marcadas sensaciones.
Plausibles y notables el diseño espacial, la coreografía, los montajes musicales, el diseño de vestuario… Se rehúye aquí del minimalismo y la contención, pero nunca se llega al caos: todo está aquí perfectamente articulado.
Aunque la fábula es universal y no hay pretensiones historicistas o documentales, Raúl Martín ofrece otra obra comprometida con el aquí y el ahora. Otra muestra de esa estética espectacular e incisiva.
Tras muchos años de promesas, al fin Teatro de la Luna ha estrenado El banquete infinito. El texto de Alberto Pedro, fechado en 1996, era una cuenta pendiente que nos quedaba con la escritura dramática de Alberto Pedro, y este grupo, bajo la guía de Raúl Martín, anunciaba que lo traería a la escena una y otra vez. Finalmente ha sucedido, de nuevo en la sala Llauradó, y de este modo el colectivo no solo regresa a ese sitio y al verbo teatral de un autor al que ya representaron con Delirio habanero de manera excepcional, sino también al diálogo con su público, tras un cierto impasse que ya nos tenía preocupados a muchos de sus fieles. Raúl Martín asumió el nada fácil reto que representa ese Banquete, y ha echado mano a su experiencia y a un elenco donde no faltan talentos sólidos como para ofrecernos un suculento menú.
El texto es en verdad una farsa violenta, un ejercicio que recuerda los porrazos verbales y físicos de Alfred Jarry, Ionesco y el Piñera de Los siervos: un texto que Teatro de la Luna estrenó en 1999. En esa línea de diálogo con Piñera hay una senda que se continúa aquí, y de la cual de alguna manera es consciente el dramaturgo, dejando ese guante en el suelo como señal para el posible director. El Jerarca, que no quiere ser llamado así, y elige como su nombre el de Paradigma, gobierna en una corte extraña, donde Perogrullo le canta alabanzas, mientras esas raras criaturas que son las Viriles controlan o participan de sus ambiciones. Su consorte, Averrara, es una mujer que ve mucho más allá, y que perecerá manos de ese conglomerado que parece ser el pueblo, pero al que es mejor nombrar con un eufemismo. Piza que se cierra como un ciclo sobre sí misma, nueva vuelta de tuerca a la idea del eterno retorno, El banquete infinito recrea esos referentes desde la aguda mirada que siempre tuvo Alberto Pedro para poner el dedo en la llaga en las cosas más simples y también en las más políticas. Y a más de 20 años de su escritura, no deja de sorprender por algunas osadías.
La puesta en escena contiene varios elementos que caracterizan al sello de Teatro de La Luna. Limpieza espacial, vestuario sobre colores neutros, trabajo de maquillaje y caracterización en pos de la máscara que es aquí cada personaje, se enlazan al trabajo musical en vivo, ya pautado en el texto; y a un concepto escenográfico, esta vez en gris, que sirve de fondo para destacar el colorido de los ropajes y acentuar la bruma sobre la cual se mueven estas marionetas del superpoder, entre las sillas puntiagudas y la mesa sobre ruedas que se mueve de un lado a otro, según los vaivenes de la política. Es evidente, sin embargo, que el montaje necesita mayor fogueo. La segunda mitad de la puesta en escena parece más desorganizada, menos precisa en su composición visual y en su ritmo que la primera, algo que puede ser eco de cómo en la pieza se va deshaciendo esa imagen inicial, pero a la que no creo ayude demasiado la referencia a Giselle (música, vestuario, elementos que evocan la coreografía de esa pieza del romanticismo), cuando ya se ha cargado mucho la metáfora. Y tampoco me convence el que, en una obra que ya de por sí juega con el grotesco, y que elude el naturalismo, el uso de la comida real aporte un elemento extrañante, que puede distraer al espectador de lo que se dice, y sobre todo, de lo que se dice entre líneas.
En ese sentido el trabajo actoral es una de las más firmes aportaciones del montaje. Freddy Maragotto y Yaikenis Rojas sacan partido de sus ya celebradas dotes para construir un rostro veraz a Perogrullo y a Averrara. Uno, con su ductilidad para la comedia, el canto, y la sutileza en la intención. Ella, con su seguridad en el decir, la mirada puntual y el desafío en la acción que demanda el personaje. Edel Govea, Yessica Borroto y Amalia Gaute encarnan a las viriles, desde un posicionamiento que refuerza la idea de títeres siniestros. Me detengo en el trabajo de Yasel Rivero en su doble papel de Jerarca y Paradigma. Se trata de un joven actor que en pocos años ha estado en una infinidad de proyectos, incluso en aquellos que parecían no sacar el debido provecho de sus condiciones histriónicas. Aquí demuestra que aún en esas experiencias aprendió, y que le ha servido de entrenamiento para tener ahora de su lado matices, intenciones, un pequeño arsenal que le es de gran utilidad ante tarea tan compleja. Quiero felicitarlo, al tiempo que deseo ver cuánto crecerá en próximas funciones, a las que volveré para ver a los demás miembros del elenco que doblan sus personajes con los que aquí menciono.
Si me pidieran una línea para definir mi impresión acerca de este banquete, podría decir que me parece que aún le falta algún tiempo en el horno. Pero hay en él suficientes atractivos como para negarse a saborearlo. Espero ser invitado a próximas degustaciones y paladeos por ese chef teatral que ha regresado, por suerte, del otro lado de la luna, y se llama Raúl Martín.
Ni metafórica ni alusiva, sino llanamente despiadada, la puesta en escena de El Banquete Infinito pone de relieve todo lo demencial, corrupto y violento que puede ser el poder político.
La obra, escrita en 1999 por el dramaturgo Alberto Pedro Torriente, fue estrenada el pasado jueves 30 de noviembre en el Teatro de la Luna, en la sala Adolfo Llauradó, bajo la dirección de Raúl Martín Ríos.
Yasel Rivero desempeña el rol protagónico de dos personajes confluyentes: El Jerarca y El Paradigma. El primero, un tirano derrocado dibujado en un monólogo que sirve de apertura al drama; el segundo, un líder carismático con un nuevo proyecto social de justicia, rodeado de una corte de mujeres que se denominan Virilprimera, Virilsegunda y Viriltercera.
Completan el elenco Averrara y Perogrullo. Ella, la voluptuosa pareja sentimental y erótica de El Paradigma; él, la personificación infaltable del bufón de la corte, el intelectual orgánico, el cantautor oportuno.
A lo largo de dos horas intrigas y traiciones se cocinan en un caldo de imperfecciones humanas donde sobresalen la soberbia, la lujuria, la gula, la ira y la avaricia. El pecado que falta, la pereza, se le reserva a los que no quieren trabajar, identificados con el pueblo, ese personaje en apariencia invisible pero que ocupa las butacas del teatro, y a quien se le denomina aquí como El Conglomerado.
Supuestamente todos los conflictos se desatan en un término de 24 horas, que es el tiempo que tiene El Paradigma para consolidar su poder y para que se produzca "el desenmascaramiento" de un rostro que "hasta ahora tuvo que ocultar por causas estratégicas". El otro asunto pendiente es tomar la decisión de cómo nombrar el proceso que se le quiere presentar a El Conglomerado.
El proceso se presenta como "único, original y virgen". En medio del debate, salta la duda de si se le debe llamar democracia o dictadura. Perogrullo dice con claridad: "A pesar de la pérdida de prestigio de ambos vocablos para El Conglomerado todo lo que no sea democracia sigue siendo dictadura". Finalmente se hace una encuesta entre el pueblo para ponerle nombre y el resultado es sorprendente.
La actriz Yaikenis Rojas le da vida a Averrara, una suerte de Primera Dama que todo el tiempo le recuerda al líder sus compromisos con "los de abajo". Sobre la mesa, incluso debajo de ella, la sensual mujer parece no encontrarle fin a sus apetitos. "Qué ganas tengo de comerme un filete del tamaño de mi propia obstinación", declama descontenta mientras colecta las sobras del banquete.
En el otro extremo brilla con refinada fuerza el actor Freddy Maragoto interpretando a Perogrullo. La inteligencia corrompida al servicio del poder aporta al aspirante a dictador la precisión en las palabras y el encanto de la poesía. Lo mismo canta un himno a la epopeya que una guaracha popular. Por momentos parece obligado por las circunstancias, pero finalmente, cuando consigue un sitio especial en la mesa del convite, se muestra tal y como es, oportunista y cínico.
La desbordada fantasía de Alberto Pedro roza la alucinación surrealista en Virilprimera, un personaje siniestro, dulce y enigmático a cargo del actor Roberto Romero. Su disfraz de geisha militarizada representa todas las dobleces y travestismos de la conducta humana.
Entre los objetos de la escenografía destacan la enorme escalera que sirve de tribuna para repartir pan al pueblo y el rústico trono símbolo de la ambición de poder. "Esta silla es mía", repite el modélico paradigma devenido en codicioso jerarca.
El público se divierte y ríe, pero seguramente reflexiona frente a una representación que se parece demasiado a una realidad que conoce perfectamente. Se puede ver hasta el jueves 14 de diciembre, si nadie en las alturas del poder lo impide.
Con una función para invitados en una Sala Adolfo Llauradó llena, la Compañía Teatro de la Luna, dirigida por Raúl Martín, estrenó el pasado jueves El banquete infinito.
La obra, escrita por el actor y dramaturgo Alberto Pedro (1954-2005), no había sido estrenada en Cuba, según las palabras escritas por Baby Domínguez para el programa.
Media hora antes de la función, alguien preguntaba si la obra era "caliente", pues por eso había ido.
Los cubanos nos hemos acostumbrado a buscar en el teatro la crítica y reflexión sobre nuestra realidad que no encontramos en los medios oficiales. Pero como aclaró el director el propio jueves, en el programa Mediodía en TV, El banquete infinito no se ubica en ningún país, época ni sociedad específicos.
Ni es necesario. El afán de los gobernantes por no ser vistos como dictadores por los gobernados —pese a no querer soltar el poder—, por ser incluso amados por el pueblo (o conglomerado, como se le llama en El banquete infinito), además de la adicción que el poder provoca en quienes lo ostentan, han sido común denominador de sociedades a lo largo de la Historia.
Tanto la obra de Alberto Pedro como la puesta en escena de Raúl Martín, renuncian a colocarse en una época y país específicos para penetrar en algo más complejo: la naturaleza humana.
La lucha por obtener y retener el poder se convierte entonces en una cuestión humana, universal y tan infinita como El banquete... Por tanto, cualquier semejanza con alguna realidad específica puede ser pura coincidencia.
La primera función no suele ser la mejor para muchos actores, que suelen crecerse a lo largo de las temporadas. Sin embargo, por lo visto el jueves 30 ya resultan dignas de destacar las interpretaciones de Yasel Rivero, Freddy Maragoto, Yaikenis Rojas y Yessica Borroto, quien alternará con Yordanka Ariosa.
Como en otras obras de Raúl Martín, El Banquete infinito también cuenta con música en vivo, interpretada por Dania Suárez, Diana Rosa Suárez, Adriel David y Adriana Déborah.
Para quienes deseen asistir a este banquete, podrán acercarse a la sala Llauradó hasta el 26 de diciembre.
Estrenan con éxito en La Habana, la pieza teatral “El Banquete Infinito” de Alberto Pedro. La obra resultó una simpática farsa e irreverente crítica a la súper estructura del poder, engalanada con una complicada producción y la acostumbrada proyección artística de Raúl Martín Ríos y suTeatro de la Luna, con la que despiden la temporada teatral 2017.
La propuesta estará en cartelera hasta el próximo jueves 14 de diciembre a las 7:00 de la noche, en la capitalina Sala Adolfo Llauradó.
Un autor obligado: Alberto Pedro Torriente, (1954-2005) destacado y prolífero autor cubano reconocido por su dramaturgia, aleccionadora, aguda e irreverentemente crítica la que fusionaba con ese humor criollo, inteligente y reflexivo. Estos atributos y más le situaron a la vanguardia de los autores más emblemáticos de su tiempo, que tuvo que lidiar con aquellos años 90 del tristemente célebre período especialcubano.
A más de una década de su desaparición física, sus textos evidencian la profundidad de su pensamiento y relevante preocupación social a través del talento de este ilustre intelectual habanero, siempre comprometido con los habitantes de la Cuba que le tocó; a los que la vigencia de su legado no parece abandonar.
Dentro de la amplia representación del patio (la mayoría comentada ya anteriormente desde estas páginas) resultó también un privilegio “degustar” de El banquete infinito, por Teatro de la Luna.
Escrita por el inolvidable Alberto Pedro (Delirio Habanero, Manteca…) se trata de lo que podríamos considerar una “alegoría culinaria” en torno a los regímenes totalitarios, con personajes típicos que matizan su tipicidad desde el enfoque satírico y caricaturesco, con diálogos en los cuales abundan el sarcasmo y la parodia para este acápite, donde se reflexiona por tanto acerca del poder, sus (ab)usos y el control de las masas.
En su lectura, Raúl Martín refuerza esa plataforma sainetera, deudora del virgiliano teatro del absurdo, mediante códigos habituales de su poética (el reciclaje musical, la cultura pop, el travestismo tanto escritural como histriónico, los procedimientos tropológicos que apuntan a varias capas de significado…) esta vez no solo con una sustanciosa banda sonora que incorpora canciones “gastronómicas”, sino mediante la imagen anunciada desde el título, que se hace literal: no solo están presentes los alimentos, sino que estos se ingieren, y más allá de la visualidad se perciben también a través del olfato, en una verdadera orgía que además reviste connotaciones antropofágicas, en clara metáfora histórica.
Quizá solo susceptible de acortar en el monólogo-prólogo (largo sin necesidad), la puesta es literalmente deliciosa, para lo cual se apoya en un nuevo elenco de histriones muy en sintonía con sus personajes: Rone Luis Reinoso, Freddy Maragoto, Ricardo Saavedra, Minerva Romero, Yaikenis Rojas, Amalia Gaute…
Mayo Teatral finaliza; nos deja un grato sabor (para seguir con las alusiones culinarias) a buen teatro cubano, latinoamericano y caribeño.
En estos tiempos es notorio que hasta nuestras más emblemáticas salas de cine ceden sus espacios a un humor generalmente marchito y trillado por la vulgaridad y la simplicidad. Ante ese tipo de “humor” resulta un tregua para el espíritu ser espectador de un hecho teatral que favorece la risa como gesto humano supremo y no como descarga de estúpido entretenimiento.
Quiero referirme a “El banquete infinito”, del Teatro de La Luna, donde en dos horas más o menos nos divertimos con personajes concebidos por Alberto Pedro y recreados y repontenciados por Raúl Martín.
¡Qué maravilla de título! Un banquete infinito, agotador, descarnado como cuando del Poder se trata en todos sus insondables caminos. Porque esta obra trata sobre el Poder y sus bastidores. Una vez que empieza la función puede no sospecharse el ritmo y la parodia donde nos va a meter la laboriosidad del colectivo Teatro de La Luna.
Con afán de buzo, Martín anda siempre embriagado por llegar a la profundidad del problema que se plantea en cada puesta que realiza.
Ahora en “El banquete” se da banquete en su embriaguez por alcanzar las profundidades y tocar las llagas del Poder.
Se decide este director por la comedia, la farsa, la enjundia del sainete, lo bufo. También esta vez le sale de lujo el evento cuando se mete entre las establecidas fórmulas y derrumbes del Poder.
Un espectáculo rotundamente físico, sin ambages, donde los cuerpos celebraban y alaban la esencia misma de lo teatral ¡Qué solidez en los cruces entre performance y puesta en escena!. La transformación y concatenación de acciones y pasiones que se desatan hacen posible que nos llenemos del brío, del entusiasmo propio del que es asaltado por la mágica naturaleza del teatro.
El texto dramático no está ni por encima ni al lado de la producción escénica, contribuyen al ritmo global de la puesta completada con la partitura actoral.
Los actores todo el tiempo se desplazan y se mudan y se reproducen en personajes para que se establezca el contrapunteo infinito.
La dinámica de los signos empleados en los sistemas significantes con que se arma la puesta en escena es divertida y categórica. La producción de sentido, desde una perspectiva semiológica, alcanza una factura estética y técnica que amarra con certeza los diferentes componentes de la puesta en escena.
Es un espectáculo sin parcelas, es total, es lírico, sensual, dramático. Un espectáculo que no se burla de lo que representa. Espectáculo que ríe de lo que nos muestra y por eso nos hace reír tan saludablemente.
“El banquete infinito”, la obra de Alberto Pedro, que Teatro de la Luna repone en este mayo teatral, es una soberana puesta en escena desde uno de los tremendos sucesos textuales de la dramaturgia cubana.
El texto dramático y la representación responden a sistemas significantes diferentes y sin embargo son emitidos a la vez, pero cada uno tiene su propio ritmo y sus especificidades semiológicas.
Cuando se saben confrontar texto y representación la puesta en escena es plena. Cuando los significados escénicos dicen lo mismo que el texto y se empeñan en extraer su teatralidad, algo agoniza.
No se trata de reproducir ni traducir el universo ficcional estructurado a partir del texto en el universo funcional producido por la escena, hay que conjugar estos universos.
La práctica enunciativa de la puesta en escena no es la realización performativa del texto. Todo esto está tan bien establecido en “El banquete infinito”, de Teatro de La Luna, que yo me atrevería a sugerirlo como una clase magistral sobre la dialéctica entre texto dramático y puesta en escena.
El efecto de sentido que Raúl Martin produce en este montaje, mediante poderosísimas enunciaciones escénicas, da lugar a un espectáculo convincente. La puesta en escena es de una independencia axiomática, no es una secuencia de visualidades amontonadas sobre un texto.A Raúl Martín le fascina jugar y sabe hacerlo de una manera muy inteligente. Juega sin parar, esta vez con el poder. Juega con los descalabros y las epifanías que el poder se construye a través de la miseria que en sí mismo encierra el poder.
La gente de Teatro de la Luna sabe que el texto, como dijera Brecht, no es un material de construcción, sino el resultado de un circuito de concretización donde intervienen variables contingentes: por un lado, el significante, es decir la propia obra como cosa en el escenario; por otro lado, el significado que está en el objeto estético y ambos, significante y significado, inmersos en el contexto social donde ser produce el suceso teatral que se consagra a través del espectador.
Espectáculos como este advierten de la necesidad de una mirada al hecho teatral que vaya no solo a la producción, sino también a la recepción, para valorar la puesta en escena como un fenómeno de incidencias ideológicas y socio culturales.
"El Banquete infinito es indagativo, contextualizador, sucede por sí mismo como espectáculo. Se construye desde muchas fuentes. Impone una peripecia que proporciona cambios de dirección y tensión. Orquestando, para el espectador dinamismos a nivel sensorial y sensual.Y claro, no dejamos de disfrutar de una narración. Todo el tiempo estamos siguiendo a personajes y acontecimientos a través de imágenes hilvanadas por el trabajo actoral en medio de una configuración de líneas y colores concebidos desde un ajustado diseño de luces junto a una concepción escenográfica y un tratamiento plástico en general donde se logra un proceso orgánico e indivisible.
La puesta disfruta de un proceso de ficcionalización donde lo que figura en escena es consecuencia de la solidez del universo creativo de Raúl Martín y sus actores.En este banquete se carnavaliza como ejercicio de crítica, como práctica de resistencia ante los patrones institucionalizados desde lo estético y lo formal. Hay subversiones. Se parodia. Se alcanza la risa identitaria y se produce una subjetividad poderosa.
Divide sus fuerzas para lograr algo nuevo, cosas, más que palabras, cambios, revisa apurado el reloj. La cola de la pizzería parece no querer acabar y el estómago le ruega no abandone su causa. Una vez vencido el hormiguear que acosaba bajo su vientre, sale veloz hacia el teatro. No podía ver otra vez esta obra con hambre.
De metáfora, estupefacción y realidad versa El banquete infinito del dramaturgo cubano Alberto Pedro, ahora en temporada del grupo Teatro de la Luna dirigido por Raúl Martín. Camina apurado por el pasillo de la sala Adolfo Llauradó (Complejo Cultural Vicente Revuelta) buscando el mejor ángulo para una foto, no perfecta, pero que sí capte -con sinceridad- un poco de tanta esencia.
Se trata de una puesta típica de la Luna, música en vivo, actores que son capaces de extraer masa y lasca para construir una dramaturgia teatral directa, firme y demandante, mientras divierte al espectador con la mirada perspicaz de Raúl.
El diseño de escenografía, vestuario y movimiento escénico se convoyan para crear un paraje nuevo a la imaginación, dejando espacio al insolente símil y la burlesca ficcionalización. En escena la catártica reflexión de un Jerarca que está siendo derrocado, alcohólico, famélico de poder, gastado en intentos mediocres por alargar su tiranía. Luego Chucho y sus Viriles partidarias toman posesión del palacio para instaurar su nuevo gobierno que durara por ley 24 horas.
Jamalismo es el nombre elegido por el conglomerado para el naciente sistema, Chucho ahora es llamado Paradigma y en tres sesiones: desayuno, almuerzo y comida pretenderá arreglar los errores de su predecesor, aunque quizá cometa otros peores.
La melodía dibuja matices en la acción dramática, resulta acompañamiento y voz para situaciones y personajes como Perogrullo, interpretado hábilmente por Freddy Maragoto. La guitarra o los tambores asaltan esquinas debajo de proscenio recordando el carácter ficcional de la puesta, alentándonos a coger la historia con calma, musical.
Resalta un elenco maduro, crecido en comprensión y dominio desde su pasada temporada en Mayo Teatral. Rone Luis Reinoso sale de su cascarón y carisma propio para desdoblarse en el Jerarca y Paradigma, divierte con seriedad mientras arma en derredor la oscura madeja de peripecias a las que se enfrenta.
Amalia Gaute y Yaité Ruiz interpretan a Viriltercera, cada una desde sus calidades expresivas y particular tono. Roberto Romero, Ricardo Saavedra Yesica Borroto y Minerva Romero encarnas las divergentes Virilprimera y Virilsegunda sucesivamente, personajes llenos de retratos caricaturescos y realidades inexpugnables, demostrando la acertada dirección de actores que ejerce Raúl Martín.
En el patio de la Casona, cuando se apagan los feroces aplausos, revientan comentarios, ideas, el arte y su cometido de ángel sobre la mente humana.
Alberto Pedro no pudo ver en escena su pieza El banquete infinito. Murió muy pronto, a los 50 años, justo cuando la vida comienza a retribuir por el esfuerzo hecho. El dramaturgo cubano terminó esta obra en 2003 y luego quiso que Teatro de la Luna, dirigido por Raúl Martín, se encargara de la representación.
«Me preguntó si me gustaría montar El banquete… Le dije que sí, pero le sugerí algunos cambios, como enriquecer los personajes de las tres Viriles, porque en el grupo no acostumbraba a tener actores de reparto, sino protagonistas y personajes con mucho peso», cuenta Martín.
Y esa reconstrucción la hizo también para el resto de los personajes, quienes enriquecerían aquel texto que en un principio no pudo concretarse por cuestiones de producción.
«Él murió en 2005 y un año después estrené Delirio Habanero, otra idea suya, pero esta era más pequeña, y en aquel entonces me gustaba la idea de unir a fundadores del grupo que andaban en otros proyectos. El banquete… esperó a tener condiciones de trabajo, como un buen local de ensayo que nunca apareció, hasta que hablamos con la directora del Centro de la Danza, en cuya sede tuvimos nuestra casa durante nueve meses»
Así comenzó el montaje de esta pieza que para Raúl ha sido la más difícil desde todos los puntos de vista: «Por el lenguaje que emplea y por la producción (no solamente del vestuario y la escenografía, sino por los insumos, porque es una puesta que requiere de alimentos, pues se come en vivo».
Cuando Alberto rescribió El banquete infinito no estaban los actores para los cuales hizo tal trabajo. El elenco con el que contaba Raúl, y con el que cuenta, es muy joven, y por tal motivo el montaje se convierte en un proceso de formación actoral.
«Es una obra compleja, pues Alberto hace uso de la retórica como herramienta. Y se esmeró en llenar la obra de sinónimos, eufemismos, y de una construcción gramatical complicada, consciente él de que el resultado sería un juego con el habla y el lenguaje.
«Dicha retórica hacía más difícil el ensayo para los actores jóvenes, porque requerían de vivencias que muchos de ellos no poseen. El banquete infinito necesita actores que digan bien, que tengan mucha energía física porque esta representación es una farsa vertiginosa: te encaramas en un tono y de ahí no bajas».
Al principio el director de piezas como Los siervos, La boda, El enano en la botella, La primera vez y El dragón de oro pensó que sus actores no se comunicarían fácilmente con el público, pero El banquete infinito ha sido un éxito e incluso, aunque termina con planteamientos filosóficos y frases elaboradísimas, los asistentes captan los signos que Alberto plasmó en ella.
«El teatro es un acto de conspiración, sea cual sea el tema. Nosotros nos confabulamos con el espectador, compartimos con ellos una verdad que es moldeable y cambiable.
«El buen teatro subvierte dogmas, esquemas, cánones sociales; remueve los cimientos de la sociedad sin provocar grandes transformaciones porque es muy difícil que una obra transforme demasiado un país, pero sí hace reflexionar a la gente».
El banquete infinito de Teatro de la Luna tiene de farsa, de tragicomedia, de tragedia por su tono épico, que se hace de una manera irónica. El público es el conglomerado que acepta y reacciona en compañía de los músicos jóvenes que cantan en vivo y que, de conjunto, se enfrentan mentalmente a los estímulos del jerarca.
Le pregunto a Raúl Martín qué diría su amigo Alberto Pedro de la obra que montó y me responde que de seguro estaría muy contento. «La alegría y la conformidad las expresaba siempre con frases muy originales, muy juguetonas, muy infantiles, como si fuera un niño grande.
«Se sentiría muy complacido, pues tenía claro que el teatro es un juego, una fiesta, y nosotros, de alguna manera, lo hacemos en El banquete infinito, en el que convergen olores, comidas y el gran carnaval que propone la obra. Eso a Alberto le hubiera encantado».
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