¡A la polaca!

Por Yuris Nórido

Raúl Martín ha tomado un texto de Tadeusz Rozewicz y ha armado una puesta deliciosa, juguetona e inquietante. Hay que decirlo: Raúl Martín tiene buena mano para montar verdaderos espectáculos: toma una obra y la “reescribe” maravillosamente sobre la escena. Su compañía Teatro de la Luna ha protagonizado uno de los estrenos de la Semana de Teatro Polaco que tuvo lugar días recientes en La Habana: Matrimonio blanco.

Raúl Martín incluye en esta historia bien polaca guiños de una “cubanía” pirotécnica. Uno pudiera pensar que son un poco impostados, teniendo en cuenta que descentran el sentido del espacio y el tiempo. Pero de eso precisamente se trata: de “desbaratar” el edificio contextual para que los conflictos queden en primerísimo lugar. Todo es tan lúdico, tan brillante, tan alborotador… que el montaje termina redondeándose en un devenir casi barroco. Deslumbra la vocación coreográfica de Raúl Martín: el movimiento escénico está marcado con exquisita plasticidad. Es como un ballet, en el que la pose adquiere valor de altísimo vuelo estético. Y de la dirección de actores y la caracterización no hablemos mucho: ¡el elenco está en espléndida forma!

Matrimonio blanco subirá de nuevo a la escena en los próximos meses. ¡Esté atento! 

Matrimonio polaco a lo cubano

Por Amelia Duarte de la Rosa

Una vez más Teatro de la Luna se gana los aplausos con su nueva puesta en escena, Matrimonio blanco, texto del dramaturgo polaco Tadeusz Rozewicz que se estrenó durante la recién concluida Segunda Semana de Teatro Polaco. La obra estuvo en la cartelera de la Sala Adolfo Llauradó hasta el pasado domingo y, para fortuna del público, figura en la programación del XV Festival de Teatro de La Habana.

Dirigida por Raúl Martín, Matrimonio blanco teje un conflicto de identidades y resignaciones en el seno de una familia común, de clase media alta. El término que da título a la obra —traducción del francés mariage blanc— nace de la ausencia de relaciones sexuales en el matrimonio (carencia asociada a la pureza) y usual en las siempre incómodas uniones de conveniencia.

Sin embargo, con esta versión cubana la obra se convierte en un suspicaz análisis de la promiscuidad sexual y el cinismo de nuestro tiempo. Durante casi dos horas encontramos encima del escenario esos guiños interpretativos y sutiles que siempre usa Martín para poner al espectador a pensar.

Desde las notas al programa, su propio director anuncia el humor corrosivo e incómodo del cual se nutre este teatro polaco, heredero de una tradición expresionista y farsesca.

Toques hilarantes y delirantes, sustentados por un formidable elenco actoral, llegan con delicadas reflexiones sobre la orientación sexual en la adolescencia, la imposición de lo "socialmente correcto", el machismo, la sumisión, los tabúes y el oportunismo.

Como es usual en este grupo, vuelven a repetir genialidad interpretativa y física Yaité Ruiz, en el papel de Bianca (la protagonista); Yordanka Ariosa (la Madre); Olivia Santana (Paulina y la Cocinera); y el camaleónico Freddy Maragoto (actor invitado de El Público), a quien siempre es agradable disfrutar en cualquier rol que encarne. Alcanzan vítores también en su desempeño el joven Manuel Reyes (Benjamín y Abuelo), y George Abréu (Padre).

El virtuosismo de esta puesta en escena reside en la extrapolación de Martín al contexto contemporáneo aun cuando la obra se desarrolla en un tiempo otro en un país cualquiera.

Se suman, además, la belleza y utilidad del montaje escénico. El entorno escenográfico y el diseño de luces resultan eficaces. La puesta en escena es funcional y propicia el lucimiento de los intérpretes en unos personajes llenos de matices

Una exquisita plasticidad, de alto vuelo estético y coreográfico, es a lo que nos tiene acostumbrados el director, y Matrimonio blanco es otro buen ejemplo a citar dentro del repertorio de la compañía.

La obra es, quizás, una de las puestas más dramáticas y contundentes que en los últimos meses haya subido a la escena capitalina. De manera que, entre los exponentes de Alemania, España, Rusia, Dinamarca, Italia, Finlandia y Suiza que desembarcarán en La Habana, habrá nuevamente teatro polaco aunque, esta vez, a lo cubano. 

Matrimonio blanco

Por Vivian Martínez Tabares

caba de estrenarse por Raúl Martín y el laborioso equipo del Teatro de la Luna, Matrimonio blanco, obra del dramaturgo polaco Tadeusz Rozewicz, en otra puesta que suma a la saga de este grupo un nuevo acierto artístico y que, luego de dos funciones de estreno en la Sala Adolfo Llauradó, por ahora llegará a siete dentro de la programación Semana de Teatro Polaco, y ojalá integre la cartelera del Festival de Teatro de La Habana 2013 para que se prolongue en cartel y pueda ser vista por más espectadores, y para que el intenso fogueo que supone una cita internacional de esta naturaleza propicie que siga creciendo.

El autor de la pieza, notable dramaturgo pero además poeta, narrador y guionista, nació en 1921 y los estudios sobre su obra dan cuenta de una permanente evolución creativa. Sufrió de cerca las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial, lo que marca su creación. Como sobreviviente y escritor, se cuestiona el papel de la cultura y de la poesía, si no son capaces de sacudirse de las normas que rigen las buenas costumbres. De esa postura viene su ejercicio de la palabra despojado de cualquier adorno y lo que se ha llamado el desprestigio de la metáfora. Y en su obra, referente indiscutible en la cultura de su país, se percibe una contraposición dramática entre el mundo de la cultura y el de la biología.

Algunas constantes del autor de otras obras teatrales como El fichero, también traducida como El archivo, y La vieja mujer empolla, están presentes en Matrimonio blanco, este estreno del Teatro de la Luna. Como afirma Raúl Martín, el director, en las notas al programa de mano: “Humor corrosivo, incómodo, tabúes, derribados con la violencia de las imágenes sugeridas, son algunas de las ‘herramientas’ de Tadeusz Rosewicz, que bebe de la tradición de un teatro polaco expresionista, farsesco, como el de Witkiewicz, Gombrowicz o Mrozek.” Y concluye que este montaje es para ellos, y lo cito nuevamente: “nuestro intento de gritar con libertad, de disfrutar la ruptura de los límites de una dudosa decencia, a veces preconizada desde la total impudicia, jugar a que lo poético puede estar aderezado con palabras supuestamente procaces, disfrutar la miel de estas palabras, derrumbar ídolos y no sentir que por ello se nos niega la entrada al paraíso.”

La puesta concreta esta intención con una hermosa trama visual, cuidada como todas las del Teatro de la Luna, en la cual la concepción del diseño de escenografía y vestuario combina el sentido modular, con sillas construidas con cierto estilo a las que se han incorporado ruedas que permiten a los personajes un movimiento extracotidiano, y telones evanescentes que dan a algunas situaciones cierto ambiente surrealista o que sirven para difuminar figuras y situaciones. Todo ello sirve de efectivo marco a una acción que se ubica en un tiempo pasado, de acuerdo con el vestuario, pero que puede transcurrir de un modo semejante en el presente, cuando tabúes e hipocresías condicionan conductas y expresiones. Porque de lo que se trata es de examinar el comportamiento del ser humano y sus impulsos vitales frente a los retos que le impone la sociedad en sus relaciones con los otros, y en las cuales la honestidad con los demás pero sobre todo con uno mismo, es la mejor garantía para lograr algo parecido a la felicidad y a la realización más plena

Desde el punto de vista del lenguaje artístico, en paralelo, y consecuentemente con lo anterior, esta puesta sirve para reflexionar también acerca del modo de respuesta orgánica del Teatro de la Luna a un estímulo externo —el que significa insertarse en la Semana de la Dramaturgia Polaca, con sus correspondientes beneficios de apoyo económico y logístico—, en tanto la puesta en escena consigue un compromiso genuino de cada uno de sus miembros con sus roles, con resultados artísticos de alto nivel, al tratarse de una verdadera obra de creación, ajena a cualquier intento guiados en primera instancia por factores extrartísticos y de franca improvisación o lamentable amateurismo, que suele acompañar a algunos trabajos por encargo

Matrimonio blanco, de Teatro de la Luna, entretiene, divierte y nos involucra a fondo, desde la activación de nuestro intelecto y de la puesta a prueba de nuestros valores, mientras disfrutamos de muy hermosas imágenes que componen los cuerpos de actores entrenados y dúctiles, en conjunción con los diseños de escenografía, vestuario y luces, todos a cargo de Raúl Martín

El elenco está integrado por Yaité Ruiz, como Bianca, pródiga en mostrar las disyuntivas y dualidades de su personaje; Olivia Santana —que se desdobla en dos roles: Paulina y la cocinera, mediante el despliegue de diferentes y atractivos recursos, y es esta una actriz que crece, a ojos vistas en cada desempeño—; Yordanka Ariosa como La Madre, subrayadamente sobria; George Abreu en El padre; Manuel Reyes, también en doble desempeño, como Benjamín, el pretendiente de Bianca, y El abuelo, cuya voz impostada y el rictus que la acompaña como rasgo diferenciador no impiden una perfecta y segura emisión de este joven intérprete; y el actor invitado de Teatro El Público Freddy Maragoto, que se trasviste en La tía en brillante ejercicio histriónico. Todos son capaces de construir sólidos personajes a la vez que de cantar y moverse de manera precisa. Consiguen equilibrio en un buen decir, que permite disfrutar la palabra aguda del texto, y en los gestos y movimientos, por medio de tramas físicas que construyen armónicas composiciones, gracias al entrenamiento danzario y la asesoría coreográfica de Odwen Beovides, Brenda Estrada y Maylín Castillo, sobre una partitura sonora, con música original, versiones y arreglos de Rafael Guzmán.

La organicidad de cada uno de los actores, expresada en la verosimilitud con que cada personaje sostiene las situaciones dramáticas y humorísticas en diversos grados, y el equilibrio en el trabajo de conjunto, garantizan un estimable resultado, que reafirma cómo el Teatro de la Luna es hoy uno de nuestros mejores grupos teatrales, en sostenido ascenso gracias al rigor y a la constante actividad creativa, ambos a la par. Y se trata de un grupo en el cual el trabajo de los jóvenes actores que lo integran, se afina cada vez más, y cada uno a su modo, desde marcadas individualidades, se revela capaz de crear sutiles transiciones dramáticas y de encarar, cuando es necesario, la perspectiva de presentación que le pone en condiciones de comentar críticamente, desde la escena, sus postura como roles. Así, garantizan el pleno disfrute de los espectadores, que premiaron con una cálida ovación la función de estreno de Matrimonio blanco y que, de seguro, efectivamente estimulados y con energía encendida, la mantendrán en franco desarrollo. 

Maridaje a la criolla

Por Roxana Rodríguez

Una propuesta de teatro polaco atrae la atención de los habaneros

Una vez más Raúl Martín, director de Teatro de la Luna, se aproxima a las dramaturgias europeas con la puesta en escena de Matrimonio blanco, de Tadeusz Rozewicz (1921), que recién se repuso en la sala Adolfo Llauradó, del Vedado.

Un vasto repertorio de obras de los autores cubanos Virgilio Piñera, Abilio Estévez y Alberto Pedro, caracteriza a la mencionada agrupación; sin embargo, desde hace algunos años, para beneplácito de sus seguidores, adosa a su lista de éxitos escénicos escrituras del Viejo Continente. Recordemos El Dragón de Oro, del germano Roland Schimmelpfenning; La primera vez, del joven polaco Michal Walczak; o La dama del mar, del noruego Henrik Ibsen; que se vieran en jornadas de teatro dedicadas en 2012 y 2013 a aquellos países.

En todas esas puestas se verifica un período de asimilación, acercamiento y recontextualización, por parte de Martín y su equipo, a partituras que nos parecieran distantes en la geografía y el tiempo; pero que marcan la contemporaneidad.

Matrimonio blanco, estrenada este año como parte de la 2ª Semana de Teatro Polaco en La Habana, gozó después de gran acogida de público y crítica durante la edición 15ª del Festival de Teatro en esta ciudad. Dotada de códigos muy al estilo de Raúl Martín, el montaje se evidencia eminentemente criollo y deviene otro acierto del colectivo en el acercamiento a la literatura dramática de las regiones del Báltico.

Tadeusz Rozewicz, notable dramaturgo, poeta, narrador y guionista de Polonia, ostenta una obra de incalculable riqueza conceptual, desprovista de aderezos expresivos, quizá por sus vivencias personales vinculadas a los efectos de la Segunda Guerra Mundial. Al igual que algunos de sus coterráneos se sostiene en la raigambre expresionista del teatro de su país.

Matrimonio… es un texto blasfemo e irreverente en el que su autor regresa sobre ciertos íconos y rasgos constatados en otras de sus piezas. La vieja mujer empolla y El archivo, esta última estrenada en Cuba, en 2012, por el grupo Teatro El Cuartel, que dirige Sahily Moreda, son los ejemplos más representativos.

Un humor cáustico, perturbador, se percibe en la reciente puesta de Martín, donde el sarcasmo hace de las suyas, para arremeter contra una desesperación interior, alimentada por la carencia de valores humanos, éticos, de una sociedad corroída por los tabúes y el dogmatismo de algunas doctrinas religiosas.

Una joven adolescente se resiste a asumir los modelos imperantes en torno a la orientación sexual, mientras a su alrededor coexisten el machismo, la sumisión, la concupiscencia

Artisticidad e ingenio introducen en esta puesta una visualidad sugerente que no descuida el más mínimo detalle en la concepción de los diseños escenográficos y de vestuarios como basamento esencial para construir significados y símbolos. Las imágenes fálicas se alzan a modo de insinuaciones lascivas que se muestran de modo diverso para cada uno de los personajes.

El abuelo, ataviado como Papá Noel, y con un pecaminoso proceder, nos invita a reflexionar sobre la ruptura de fantasías pueriles en el tránsito de la infancia a la adolescencia.

Las butacas de estilo, con ruedas incorporadas, otorgan a quienes las portan (el padre y la madre) una movilidad desmesurada, insólita, que no solo exhibe su estatus social, sino también la invalidez mental y la aletargada afectividad que padecen. Al fondo, un telón traslúcido atenúa formas e imprime a la puesta un matiz surrealista.

A la vez, ofrece al espectador una cadena de situaciones colaterales a la acción central, que también señalan por dónde se va a guiar el hilo conductor de la trama.

Desde siempre Raúl Martín se ha destacado por un notable trabajo en la dirección de actores y en Matrimonio… cumple con creces en este rubro al colocar sobre el escenario una nómina capaz de cantar y danzar, incluso ballet clásico; gracias al empeño de Odwen Beovides, Brenda Estrada, Maylín Castillo y Rafael Guzmán, en la preparación musical y danzaria, así como en la asesoría coreográfica

El elenco también se reveló entrenado en el manejo de escenografías y vestuarios -si no tan complejos, al menos, diversos- aun cuando más de un actor o actriz interpreta hasta dos personajes en el montaje.

Una sorprendente asociación plástica y escénica luce esta divertida y delirante propuesta teatral que se distingue por la organicidad en cada uno de los desempeños actorales para sostener, con versatilidad y buen tino, cada una de las exigencias de la obra; enhorabuena, es uno de sus mejores laureles 

Agraciados por la crítica

Por Frank Padrón

Como ocurre todos los años por esta fecha, quienes nos dedicamos al teatro desde la esfera del análisis en los medios nos reunimos para discutir cuáles han sido las puestas más significativas de los 12 meses que finalizaron.

El pasado año no fue excepción, y tras algunas horas llegamos, no a un consenso (lo cual, afortunadamente, nunca ocurre), pero sí a mayorías reveladoras de que hubo buen teatro, tanto del patio como de allende los mares.

Como puede apreciarse en el recuadro con los títulos que reciben el Premio Villanueva (nombre de los lauros que otorga la crítica teatral cubana) la mayoría ha sido comentada desde estas mismas páginas por quien redacta estas líneas, por lo cual no vale la pena redundar, pero sí acercarnos un tanto a algunos que por un motivo u otro no habían sido objeto de alguna nota valorativa.

Así, Matrimonio blanco, del polaco Tadeusz Rosewicz, por Teatro de la Luna, fue de veras una puesta altamente significativa. El colectivo que comanda Raúl Martín se acercó desde su habitual ironía a un texto que en momentos donde se pelea en distintos foros científicos y sociales por la igualdad de géneros y la legitimación de todo tipo de orientación sexual, pone el dedo en la llaga sobre uniones convencionales.

Lejano trasunto de una poetisa polaca que vivió entre los siglos XIX y XX, Bianca, la protagonista de la obra, quería un himeneo sin contacto físico, mediante el cual lanzaba una suerte de manifiesto donde quedaba claro su rechazo a la penetración, al órgano femenino, y más allá del mundo propiamente erótico, a las desventajas de ser mujer en una sociedad machista y, más que religiosa, hipócritamente ritualista.

Martín carga la mano en el sarcasmo y, como es habitual en su teatro, contextualiza las fuentes: llena el escenario de cánticos de moda en nuestras iglesias, no teme usar lo explícito en la representación de una sexualidad a veces exacerbada (otras, como en caso de Bianca, nada común, pero en definitiva respetable) y puebla la escena de acciones paralelas que hacen cimbrar su puesta entre el humor corrosivo y la seriedad de una propuesta ontológica que trasciende el propio texto.

Todos los significantes coadyuvan a una representación plena, llena de vitalidad y energía: la música, tanto extra como diegética, que Rafael Guzmán ha orquestado con imaginación y muy a tono con la perspectiva paródica de la pieza; el vestuario y accesorios de Maikel Martínez, de gran peso dramático y expresivo; las coreografías que convierten el texto en un gran ballet lúdico…

Y claro que están las recordadas actuaciones de Yaité Ruiz, Olivia Santana, Yordanka Ariosa, George Abreu, Manuel Reyes y Freddy Maragoto, algunos incluso en roles dobles que alternan admirablemente. 

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