DRAGÓN MADE IN CUBA

Por Yoimel González Hernández

Excelente visualidad, baile, canto y música en vivo, ritmo trepidante y vestuarios con factura impecable, manierismo en el decir y en el movimiento. Made in Teatro de la Luna. El dragón de oro, del dramaturgo alemán Roland Schimmelpfenning es ahora el material con el que Raúl Martín emprende su titánica labor de diseñador de luces, escenografía, vestuario, puesta en escena y dirección de actores. Un texto fragmentado, contaminado de bloques narrativos que los cinco actores tendrán que combinar con los parlamentos. Una historia en la que los cinco cocineros de un restaurante de comida china en algún lugar del mundo observan desde lejos lo que los circunda. Y, a ratos en forma paralela, a ratos en interconexión imaginaria, se imbrica esta historia con la fábula de una hormiga y una cigarra, símbolos de la víctima y el victimario en el mundo cruel y contemporáneo del que formamos parte.

El dragón de oro es una invención dramatúrgica que recoge temas como la emigración, la pobreza y marginalidad en el mundo de opulencias, la dilatación de un mundo plagado de comidas exóticas y de hambruna material y espiritual. Desde el restaurante de comida china se ve el mundo, las mismas necesidades humanas de todo ser humano, los mismos sentimientos y las mismas obsesiones: el amor y el desamor, el desarraigo y la violencia. La escena es un mirador que Raúl Martín y sus actores construyen, para desde esta Isla tender un puente con ultramar. Y en ese camino de ida y vuelta nos asalta la pregunta: ¿Cuántos de esos lugares lejanos existen en esta tierra?

Quiero hacer resaltar la labor de del actor Manuel Reyes, quien ha tenido que insertarse en la puesta con poquísimo tiempo de ensayo. En un espectáculo como este, en el que la labor de conjunto incide directamente en el ritmo y la atmósfera total, la labor de un intérprete es fundamental y Manuel ha sabido insertarse y dejarse arrastrar por el resto del elenco.

El dragón de oro, más que una imaginativa historia de chinos, de ultramar, puede ser también el boceto de este mundo “real” y “maravilloso” que nos ha tocado vivir.

DRAGÓN A LA CARTA

Por Norge Espinosa

Confieso no ser un devoto de la dramaturgia del alemán Roland Schimmelpfennig. Las piezas suyas que he leído o he visto representadas aquí, como parte de las diversas estaciones que ya suman entre nosotros las Semanas de Teatro Alemán, no me han tentado al aplauso o a la crítica como sí lo han conseguido otros de sus contemporáneos. No quiero decir con ello que su quehacer me parezca desdeñable. Prefiero decir, como Borges sobre ciertos escritores, que simplemente no lo he merecido. Tan impronunciable como me resulta su apellido, así me han parecido sus textos y las puestas en escena en las que he visto batallar a actores y actrices de talento con sus parlamentos: imágenes que van acumulándose en el rincón menos acogedor de los recuerdos que pueden ir proporcionándonos estos encuentros con la literatura dramática germana, junto a otros que no voy siquiera a mencionar aquí. Dicho esto, sin embargo, debo reconocer que en esta última convocatoria, Raúl Martín ha conseguido lo que parecía imposible, y El dragón de oro, en su concepción, puede apuntarse como uno de los espectáculos para los que reclamo una larga temporada, pues en él Teatro de la Luna ha reajustado su brújula, y su director, tras el paso de transición y revisitación de su propia poética que fue La primera vez, alcanza a regalarnos un nuevo instante de brillo e interés, al que se suman talentos que llegan al grupo ojalá como figuras que perduren en sus elencos. Esta reseña es, pues, una invitación a cenar en El dragón de oro, ese restaurante de una China teatral ubicado en una Europa tan distante del Yang-Tsé como creía yo estarlo de la dramaturgia de Roland Schimmelpfennig: ya se ve que el teatro puede obrar ciertos y pequeños milagros.

Como suele suceder con la dramaturgia alemana reciente, asistimos en esta pieza al cruce de distintas historias. Pequeños núcleos de comunicación/incomunicación humana que rondan la vida de esa cocina ardiente donde se cuecen los platos de El dragón de oro. La historia de un chino emigrante, sin papeles, víctima de un atroz dolor de muelas, desata cápsulas donde muerte, despedida, humillación y desconsuelo se equilibran con otras donde el humor, la rapidez de las acciones y los diálogos, se combinan también para organizar una idea simultánea del vivir contemporáneo. Raúl Martín apela a una cámara blanca, un espacio donde coexisten los músicos que tocan sus instrumentos en vivo, y un elenco bien tramado para sacar el mayor partido posible de pocos elementos, incluido el vestuario como efecto, desdoblado según las escenas en lo necesario para que reconozcamos a un personaje u otro. Su gusto por el musical, por el color neutro en las vestimentas, por la iluminación precisa, por el desempeño histriónico entendido como juego que dinamiza piezas a partir de una base firme que se multiplica y es capaz de asumir con organicidad asociaciones y metáforas que discuten el texto desde su propia enunciación, tal y como sucede aquí con la cita a un tema de María Elena Walsh, para recalcar los posibles elementos de un teatro del absurdo, pero también para sentimentalizar con eficacia y sin regodeo melodramático, la saga de sus personajes. El dragón de oro, con su ir y venir y constante en círculos, acaba siendo un montaje donde el director no pierde el hilo que controla el sinuoso andar de sus escenas, y nos propone varios momentos que, al tiempo en que son fieles a su sello, aportan otras notas, otras atmósferas, al rostro actual de Teatro de la Luna.

Quiero agradecer el trabajo de los actores, quienes pasan sin trauma ni estereotipos de un personaje a otro, sin importar el sexo de lo que asuman, sino defendiendo sus historias como parte de esa cadencia lúdica de la puesta toda. Liván Albelo saca buen partido de ese lirismo que sabe aportar a sus roles, y lo que alguna vez alguien le criticara injustamente al respecto, es devuelto aquí como carta triunfal en su encarnación de la Cigarra. Yordanka Ariosa demuestra que, desde la contención, es tan atractiva y digna de encomio como desde la explosividad y desborde de sus caracterizaciones ya conocidas: no quiero decir ante ella que esto es un síntoma de madurez, sino de versatilidad, a fin de que sepa que redoblo ante su quehacer mis aplausos. Un poco menos relajado sentí, al menos en la función que pude presenciar, a George Luis Castro. Olivia Santana y Yaité Ruiz son dos presencias que devienen esenciales, junto a ellos, equilibrando con el carisma que poseen la estructura toda del montaje. Yaité simultaneaba funciones de este montaje con su protagónico en Chicago; Olivia llega a Teatro de La Luna tras asumir fuertes personajes en el Pequeño Teatro de La Habana. Ambas hacen lucimiento de sus facultades, y demuestran lo que pueden aportar a Raúl Martín y sus colegas por la precisión, organicidad, disposición al canto y el baile que las caracteriza. Da verdadero gusto comprobar cómo se integran a la poética del grupo, y crecen desde allí a nuevas posibilidades. En próximas funciones el elenco deberá ajustar los tonos de las acciones conjuntas, como el manejo de los calderos y demás implementos de cocina, que atentan contra el entendimiento de los diálogos por el excesivo volumen, que en una sala tan pequeña como la Llauradó, no tiene por qué llegar a ser tan elevado.

A la música de Diana Rosa Suárez y Yamilé Cruz debe no poco de su encanto El dragón de oro. Raúl Martín, acaso como tributo a su maestro Roberto Blanco, coloca a la vista del público a estas jóvenes que desde el piano y la percusión están pendientes al ir y venir de los actores. En momentos como el monólogo de Yordanka Ariosa, que narra el viaje de su personaje ya muerto a través del agua a su tierra natal, luz, acción, y banda sonora se combinan eficazmente. Como los ingredientes de un buen plato de comida china. O del buen teatro, que es a eso a lo que ahora nos invita este director. Ojalá se sucedan pronto nuevas funciones de esta obra de un autor cuyo apellido no podré nunca deletrear, pero al menos sí saborear de manera menos ingrata a partir de ahora. Quién sabe, a lo mejor un día llegamos a conocernos y pueda agradecérselo en una mesa del habanero Barrio Chino

DRAGÓN DE LA LUNA

Por Amelia Duarte de la Rosa

Tras una breve temporada durante la Semana de Teatro Alemán, el pasado octubre, regresó al escenario de la sala Adolfo Llauradó la obra El dragón de oro, de Teatro de la Luna. La versión de Raúl Martín sobre el texto de Roland Schimmelpfennig, dramaturgo contemporáneo alemán más representado actualmente en el mundo, partirá los primeros días de este junio a una gira internacional a la ciudad de Dresden y al Stücke 2011 Mülheimer Theatertage, en Alemania.

La obra se desarrolla en la cocina de El Dragón de Oro, restaurante de comida rápida china, vietnamita y tailandesa, donde tienen lugar distintas historias que muestran el escabroso cuadro humano de cinco asiáticos emigrantes, que trabajan para sobrevivir el exilio, y de otros personajes de clase media. Pincelada a pincelada, con vigor y sensibilidad, la dirección de Martín cala en la problemática del drama que plantea paralelamente juegos realistas con situaciones abstractas.

Desde el texto Schimmelpfennig elude toda coordinación lógica de la vida cotidiana. Presenta acciones aparentemente insignificantes e irreales que los actores de La Luna tratan con plena virtualidad dramática y entrega veraz a los matices de sus personajes. Yordanka Ariosa, Olivia Santana, Yaité Ruiz, George Luis Castro y Liván Albelo —este último insuperable en el papel de la Cigarra— crean una dialéctica viva y simbólica no solo por la forma extraordinaria en que desempeñan los distintos roles, sino por el movimiento delirante en cuanto a expresividades dramáticas.

Este montaje de Martín echa mano de varias fórmulas en la trama entre el absurdo y la paradoja. Ingeniosas, eso sí, como la inclusión de la fábula de La hormiga y la cigarra que le confiere al espectáculo momentos reflexivos y de estrujante dolor. Mientras, en el diseño de escena y de vestuario, del propio director junto a Alejandro Reyes y Reinaldo Trujillo, opta por la funcionalidad. Así, los actores se convierten en distintos personajes con solo mover detalles de la vestimenta, y la escenografía descarnada encierra detrás de un telón la música, interpretada en vivo por Yamilé Cruz en el piano y Diana Rosa Suárez en la percusión.

Disfrutar de la adaptación de El dragón... es cautivante. Pleno de imaginación, el austero espacio físico, que se traslada de la cocina a otros escenarios, se complementa perfectamente con la potencialidad de la palabra. El juego de luces, a veces inesperado pero siempre preciso, crea movimientos de sombras que agigantan la sencilla belleza de la puesta en escena.

Sin dudas, La Luna es una compañía fortalecida y compacta que, siempre en acción, convierte sus espectáculos en éxitos de crítica y de público. Con un acabado dominio teatral, en esta obra el elenco de Raúl Martín se mueve a través del tiempo, el espacio y la realidad para mostrar al hombre, al verdadero hombre que se encuentra enlazado a un sistema de miserias incomprensibles.

VUELVE EL DRAGÓN DE ORO A LA SALA LLAURADÓ

Por Isabel Cristina

Previo a una gira internacional que lo llevará a el Mülheimer Theatertage "Stücke 2011" y a la ciudad de Dresden, Alemania, en los primeros días de junio; Teatro de la Luna vuelve a la Sala LLauradó con El Dragón de Oro del dramaturgo alemán Ronald Schimmelpfennig, dirigido por Raúl Martín; puesta que sólo había tenido una breve temporada en la Semana de Teatro alemán en La Habana.

El texto explora los laberintos de la vida común, una vida sin terribles sobresaltos ni grandes peripecias. Schimmelpfennig nos hace detenernos en lo insignificante, lo cotidiano y convierte esas pequeñas cosas en lo verdaderamente esencial. En la cocina de un restaurante chino se ensartan las vidas de gente sin nombre que revelan su historia entre pasta asada con carne de pollo, camarón curry y verduras.

El montaje privilegia el valor de la palabra pues cada sílaba encierra un misterio, un designio. Los actores se muestran al público todo el tiempo como los cinco cocineros y un detalle de vestuario hace aparecer a la Cigarra, al abuelo, al hombre de la camisa de rayas…

El diseño de vestuario y escenografía optan por la sencillez y la funcionalidad. Si bien la puesta en escena no resulta compleja escénicamente, los actores la enriquecen con matices, estados de ánimo, energía y la hermosa juventud que los caracteriza. Liván Albelo, Olivia Santana, George Castro, Yordanka Ariosa y Yaité Ruíz logran aunar sus voces en la cocina y fungen como verdaderos músicos casi a la par de Yamilé Cruz en el piano y Diana Rosa Suárez en la percusión. Los actores consiguen crear el ambiente alocado de la cocina y con absoluta destreza transitan hacia la ternura de la cigarra o la oscuridad de las aguas bajo un puente.

Raúl Martín supo caminar en puntillas sobre la palabra tremenda de Schimmelpfennig y delicadamente dejó sus huellas sobre la dorada faz del dragón. El artificio, el acento coreográfico, el protagonismo absoluto del actor y el uso de la música como elemento crucial, son unos de los presupuestos fundamentales del Teatro de La Luna y estos encuentran un lugar seguro en El dragón de oro.

Este es un espectáculo para degustar una vez más los exquisitos platillos del restaurante. Raúl Martín nos recomienda el plato número 5: música en vivo, con melocotón y salsa agridulce, una pizquita de gracia, talento fresco salpicado de poesía, bambú y ajo picante.

EN LA COCINA DE "EL DRAGÓN DE ORO"

Por Marilyn Garbey

Se han visto en Cuba, en los últimos tiempos, numerosas puestas en escena que parten de textos dramáticos de autores alemanes. Muchas quedaron en el olvido, algunas vuelven a escena por sus loables resultados. Entre estas últimas puedo mencionar a "El dragón de oro", de Roland Schimmelpfenning, por Raúl Martín y Teatro de la Luna.

Del restaurante de comida china solo veremos la cocina, los protagonistas son los cocineros, que trabajan fuerte en el duro exilio y cuentan historias para sazonar los platos que preparan: el pequeño cocinero sufre un intenso dolor de muela y busca a su hermana, el hombre que va a comer al restaurante para olvidar el dolor porque su mujer lo abandonó, el duelo entre la hormiga y la cigarra. Historias que marchan paralela, hasta que el destino las cruce por el camino.

Raúl Martín vuelve a ser galas de su pericia como director para desentrañar los misterios del texto y encontrar en él las esencias de su teatralidad. Así logra construir un montaje de alto vuelo escénico. El diseño descansa en tonos claros y un telón transparente permite al espectador observar a los músicos, mujeres las dos, Diana Rosa Suárez y Yamilé Cruz, cuando interpretan la música en vivo. Y hablando de este aspecto, subrayo el acierto de escoger el tema de María Elena Wash, una canción que han escuchado varias generaciones de cubanos. Manuelita se va a París a buscar el sueño dorado, y algún día volverá "vieja como se marchó", a reencontrarse con los suyos que la esperan en casa. Pareciera que la canción fue hecha para narrar la historia del pequeño cocinerito. La música es apoyatura eficaz para los sucesos, al tiempo que dialoga con los personajes, sugiere emociones y sensaciones al espectador.

El diseño de vestuario toma detalles de los tradicionales trajes chinos para añadirles elementos necesarios a los personajes, y así con un complemento se incorpora el vestido de otro personaje. Al uniforme de los cocineros se le agrega un toque de humor al adosar al traje la banqueta en que se sientan. Se hace un magnífico empleo de los recursos del teatro para hacer más rica la propuesta de diseño, firmada por el director y por Alejandro Reyes.

Al elenco de Teatro de la Luna llegan nuevos y jóvenes rostros. De los habituales solo suben a escena esta vez Yordanka Ariosa y Liván Albelo. Se sumaron, Yaité Ruiz, Olivia Santana y George Castro, quienes se desempeñan muy bien en sus roles, asumiendo un texto de difícil poesía.

De los que se van y de los que se quedan versa esta obra, de parejas que se desencuentran, de obreros solidarios. Habla también de la condición humana y de los conflictos que agitan al común de los mortales. Y Teatro de la Luna recibe fuertes aplausos por este montaje.

OVACIONADOS LOS DRAGONES DE MARTÍN EN ALEMANIA

Por Mery Delgado Molina

Con una obertura musical nos recibe El dragón de oro por Teatro de la Luna .Un texto de Ronald Schimmelpfennig, autor alemán muy publicado en estos tiempos y premiado en el 2010 por la calidad y trascendencia de su obra.

En la Mülheimer Theatertage "Stücke 2011 de Alemania se presenta este fin de semana la tropa de Raúl Martín con El dragón de oro, un montaje que pondera la música en vivo, la preparación del colectivo (casi quince personajes pasan por la piel de estos cinco actores) la iluminación y el diseño de vestuario tan funcional para la puesta.

Quiero detenerme en el empleo de la música ejecutada en vivo por Yamilé Cruz al piano y Diana Rosa Suarez en la percusión que desde el mismo recibimiento cobra un protagonismo en el drama que se vive en la cocina de un restaurante chino.

De manera incidental o como leimotiv en el uso de Manuelita , la música influye en la catarsis de los personajes, en el lirismo de la historia, en el punto más alto del desenlace. Y eso lo logra Martín con estas dos excelentes músicos que empastadas logran los superobjetivos de la puesta. La música aporta valores que no se pueden "expresar" ni con palabras ni con gestos, amen de su eterno papel de colaborador estrecho con el drama.

Son cinco los actores en escena( Liván Albelo, Georges Castro, Yordanka Ariosa, Olivia Santana y Yaité Ruiz). Vidas que pasan entre lo "normal" y lo trágico, lo cotidiano y lo extraño; vidas que enfrentan situaciones límite. Ante nosotros desfilan cocineros, azafatas, jóvenes, ancianos, mujeres, hombres , mientras que toda la acción dramática es atravesada por el dolor de muela del joven cocinero ilegal, que está en ese país para buscar a su hermana. En un brillante giro argumental, también aparecen la Hormiga y la Cigarra, quienes integran su fábula de manera muy peculiar al mosaico de caracteres que componen el montaje.

Roland Schimmelpfennig analiza los sucesos en "El dragón de oro" y su entorno desde las más diversas perspectivas. A través de un recurso artístico, todos los prototipos de conducta adquieren nuevos matices en la pieza. El resultado es poético, brutal, enigmático y conmovedor.

Christopher Schmidt, en el programa del festival Berliner Theatertreffen cuestionaba:

¿Cómo relatar la falta de derechos de los inmigrantes ilegales, que no pueden ir al médico cuando los atormenta un dolor de muelas; ni a la policía, cuando son obligados a prostituirse o incluso maltratados hasta la muerte por un 'cliente'?

¿Cómo escribir sobre el mundo paralelo de los inmigrantes, que confinados a las catacumbas del bienestar, se ocupan de nuestro bajo vientre, ya sea como culí de restaurante o esclava sexual?

¿Y cómo se cuenta todo eso sin caer en el fideo de la cursilería social… que en este caso, en el restaurante de comida rápida china-tailandesa, en el que discurre "El dragón de oro" de Roland Schimmelpfenig, es un fideo asiático?

Schimmelpfennig evita el peligro del teatro de consternación enfriando el discurso dramatúrgico, agregándole elementos de cuentos de hadas y cortando las escenas en pequeños bocados, como en un plato de sushi.

Pienso que el mayor logro de Teatro de la Luna dirigido por Raúl Martín está precisamente en haber captado la atmósfera que nos brinda Schimmelfennig y proponérsela al espectador de la manera más cruda y descarnada imponiéndonos la reflexión sobre estos asuntos como boomerang.

Hoy los dragones de Martín defienden el texto de Schimmelfennig en varias salas alemanas, un aplauso cubano de crítica y de público los acompaña.


EL DRAGÓN DE ORO

Por Yamina Gibert

Es muy conocida por nuestro movimiento escénico la producción artística de Raúl Martín. Influido por la danza y por el musical más sobrio, sus dibujos espaciales y la presencia escénica de sus actores, a nivel de energía, estampa visual y sonora, gratamente sorprenden una y otra vez. Es el pulso de Raúl Martín en su obra poética y el concepto ideo estético que sirve de base sólida a sus andanzas, lo que permite su permanencia entre los más distinguidos directores de la escena cubana actual.

Seguir a teatro de la luna y tener la suerte de ver sus puestas en temporada; cómo empiezan y cómo terminan sus procesos que dejan fuertes anclas en el espectador; me da la medida de una mejor apreciación. Esto ocurre con cualquier crítico especializado, pero querer tener la medida más exacta es imposible en el arte. Yo apuesto por una visión más leal que sea incompleta o en proceso como lo es el propio teatro.

El mundo metafórico y real de El dragón de oro que teje Teatro de la luna me enlaza constante y emocional, su teatralidad de alta osadía me seduce, me enrola en su extraña narrativa. Me atan estos actores y sé de sus esfuerzos, pues a todos he conocido antes en plena gestación de sus poderes interpretativos. A estos actantes los une una especial armonía, eslabones bien engrasados por un conveniente entrenamiento y común objetivo literario conceptual.

Pero El Dragón de oro de Roland Schimmelpfennig no es un texto de fácil aprehensión. Esta, que es una de las obras representativas de la dramaturgia alemana actual; de mensaje poético profundo, surrealista o absurda quizás; exige un acercamiento particular y no simple. La obra de forma poco convencional, trata el poder de la raíz y de la identidad en los inmigrados, la desestabilización interna y externa del hombre por su necesidad de traslación, uno de los conflictos humanos más terribles de la actualidad global, que lacera cruel y recuerda como puede ser posible que nadie escape en el universo de tal circunstancia, directa o indirectamente.

En la propuesta escénica de Raúl, varias unidades de fábulas o caminos narrativos que son conflictuados, se yuxtaponen por acontecimientos adversos y nos conducen por historias metafóricas y reales paralelas: La pequeña y singular historia de un pequeño asiático emigrante y de una cigarra que es prostituida a modo de símil del personaje anterior, salvando las distancias conceptuales evidentes que se refieren. Asesinatos mágicos, sutiles, increíbles, grotescos, y la ruptura de la sagrada familia, forman parte de la vida escénica de todos los personajes, mientras, nosotros profesamos simpatía por lo que comunica este juego macabro, de inmensa lírica y nada de silencio. Sentimos en ellos los gritos ahogados que desmitifican el melodrama.

Frente al placer de las delicias que produce una comida rápida china-vietnamita-tailandesa, está la terrible realidad de sus hacedores asiáticos que intentan sobrevivir en el exilio. ¿Es este exilio placer?, no, no puede serlo. No sienten ningún placer estos chinitos cocineros, como diríamos en buen cubano al sustantivar a cualquier ser de ojos rasgados. La mecánica de su labor real no lo permite. Por eso esa vida teatral que no nos extrañe, ni nos de asco la unión de la sopa thai y el diente sangrante. La situación es provocada por una contravención o ilegalidad, que refiere el no seguro de salud o de vida en un país en contexto de exilio, y por el estado desesperado de esos asiáticos en medio de la ilegalidad residencial. La mirada distante y sensible de la azafata que gira el mundo, el pequeño chino que busca a su hermana y la pequeña china que nunca se encuentra con él, otra fábula de violencia domestica…, todos son sucesos en un mismo espacio que nos adentran en el círculo vicioso del absurdo cosmopolita. Es en ese espacio que todo se hace posible, hasta dar la vuelta al globo terráqueo y volver a China, todo es armónico con nuestro pensamiento, toda esa teatralidad nos alcanza porque es verosímil y de marcado realismo crítico y mágico.

En el tránsito de las presentaciones, el espectáculo ganó en dosificación del ritmo, y la curva dramática de la atención que compromete al espectador, se volvió mucho más efectiva. Valores como la fusión de la música en vivo a la visualidad y viceversa, la forma representacional de actuación, en orgánica distancia, el diseño de la fisicalidad actoral y objetual, la utilización de los accesorios, de los objetos, sus propios sonidos percutidos, y el acompañamiento del dúo musical en el espacio cocina-restaurante, certezan un horizonte escénico que bien creo deberemos apreciar, aunque como amante del teatro de figuras, hubiera preferido una utilización más especializada en el caso de los objetos que denominan a la hormiga y a la cigarra, pero no se trata de un defecto, si no, del acercamiento que propone Raúl a la fábula. Es su puesta, no la nuestra y montajes como este siento que faltan en muchos espacios de la escena cubana actual.

TEATRO URGENTE EN LA HABANA: BOJEO CUBANO EN EL K-TORCE FTH (FRAGMENTO)

Por Lillian Manzor

...) Uno de los resutados más fructíferos de la globalización teatral es la Semana de Teatro Alemán en Cuba que va por su quinta edición desde que comenzó en 2006. El proyecto ha establecido un verdadero diálogo entre la dramaturgia alemana contemporánea y la cubana (...)

El dragón de oro escrita por el archiconocido dramaturgo Roland Schimmelpfenig y dirigida por Raúl Martín con el elenco más joven de su Teatro de la Luna, es producto de ese intercambio.

El dragón...llega al FTH después de dos cortísimas temporadas en la habanera Sala Adolfo Llauradó y de una gira por Alemania que incluyó la ciudad de Dresde y el Stücke 2011 Mülheimer Theatertage.

Desde la cocina de un restaurante pan-asiático, cinco personajes sobreviven en el exilio narrando las peripecias de quince vidas diferentes. El hilo conductor es la historia de un joven chino que sufre un dolor de muelas pero no puede ir al dentista por ser indocumentado, y su hermana prisionera a metros de él. Liván Albelo, Yordanka Ariosa, George Luis Castro, Olivia Santana y Yaité Ruíz ofrecen una magnífica interpretación de esa fauna humana que visita, trabaja y vive en el restaurant. Desde el desfraudado hombre de camisa a rayas y las dos azafatas alemanas, hasta un anciano y su nieta que luego nos contarán la fábula de una cigarra oprimida por una hormiga, los cinco actores se desdoblan en diferentes personajes entrelazando las historias más trágicas de explotación, ilegalidad, trabajo sexual forzado, tráfico de humanos y ansia de riquezas que abundan en nuestra modernidad global. El creativo diseño de vestuario de Raúl Martín junto a una cuidada coreografía y música en vivo - la pianista Yamilé Cruz y la percusionista Diana Rosa Suárez estaban semioscuras pero omnipresentes detrás de un telón transparente - ayudaron a que la puesta se alejara de las estéticas del realismo sucio y del realismo psicológico. En todo momento sabemos que son actores que juegan con el papel de diferentes personajes y ahí radica la fuerza del montaje. La escena de Liván Albelo como la cigarra capta la maestría de esta puesta y de su director al unir magistralmente actuación, música, movimiento y danza. 

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