LA LUNA sublima… LA PRIMERA VEZ…

Por Bárbara Domínguez Corrales.

Colmada la Sala Adolfo Llauradó con el espectáculo del grupo Teatro de La luna, bajo la certera dirección de Raúl Martín, con la obra La Primera Vez, del dramaturgo polaco Michal Walczak. El texto fabula, en confusa apariencia, entre bloques y bloques; merodea entre circunstancias comunes y contradictorias, encuentros y desencuentros de la vida y del amor que en su “primera vez” y, en ocasiones, son víctimas de la fatal incomunicación, arma letal que frustra la ilusión de los hombres…

Martín empalma con sutilezas la polaca historia para su historia insular; imprimiendo ese estilo personal que desde la presentación de LA BODA, de Virgilio Piñera, en 1994 (su primera vez), marcó las pautas necesarias de su poética, en la que a pasos vertiginosos hoy, deviene en esta muestra que nos la recuerda.

LA LUNA viene de vueltas con una ágil versión y un discurso espectacular que traduce en elegante y achampanada comedia de salón, donde el concilio de lo musical, las partituras coreográficas y la imagen plástica conforman una urdimbre compacta en la escena. La escenografía, sugerente y transformable, debuta sin atavíos en la polisemia espacial, adentrándose en ella la exquisitez y el buen gusto de texturas y matices del diseño del vestuario de los personajes, cuyos trajes denuncian con donaire la esencia genérica de la pieza. Las luces, las necesarias, para distinguir lugares estados y tiempos… Mientras, la música latente en casi todos los momentos y sin convertirse en punto focal, esta vez en vivo, se convierte en un lujoso complemento dramatúrgico en función de la acción y con virtuosismo dramático por parte del pianista Waldo Díaz y la percusión de Diana Suárez. Las canciones, devenidas en homenaje a la recordada Blanca Rosa Gil, edulcoran la puesta ,nuestros sentimientos y nostalgias en las magníficas interpretaciones de los jóvenes actores Yordanka Ariosa y Liván Albelo quienes, orgánicos y verosímiles, entran en un “deprisa” juego escénico, tal como y suceden los acontecimientos… Notorio es el riguroso trabajo con las voces, musicalidad y registros, además de la desenvoltura estilística, fina y grácil de las propuestas coreográficas de los danzantes en sus movimientos... El sincronismo locuaz de los duetos de Él y Ella denotan, sin lugar a dudas, el crecimiento histriónico de estos actores que ya prometen en las tablas cubanas…; Yordanka, actriz temperamental, se adueña de la escena, lleva segura las riendas en el encuentro con Liván, capaz, sincero y competente rival, integrales ambos en el desempeño actoral que les ha correspondido interpretar… Dos jóvenes que un día llegaron a LA LUNA y “deprisa; después de su primera vez, sublimizan la escena, bajo la distinguida y glamourosa batuta de su Director…

Se agradece, entonces, el recuerdo…; se agradece este homenaje…; se agradece, siempre, LA PRIMERA VEZ…

LA PRIMERA VEZ EN LA LUNA

Por Isabel Cristina.

Hay quien dice que la primera vez suele ocurrir de manera casual y caótica. Sin embargo, Raúl Martín invita, a noveles o no, a un alunizaje casi perfecto, absolutamente meditado y con, permítanme la expresión, sabiduría. A pesar de las fallidas incursiones en textos foráneos Teatro de La Luna corrió esta ocasión con mejor suerte. La primera vez de Michal Walczak se inserta en la producción del grupo como ejemplo de una práctica teatral consolidada.

El autor, representante de la joven dramaturgia polaca, explora las infinitas variantes de una primera vez premeditada por una chica moderna. La primera vez con su frescura y su teatralidad develada se ajusta perfectamente a los principios estéticos del director cubano. El artificio como regla áurea, el acento coreográfico y el protagonismo absoluto del actor encuentran en la obra de Walczak un firme asidero. Otro rasgo propio de La Luna que el director sabe ajustar a los rumbos del texto es el uso de la música como elemento crucial y autónomo.

El actor se comporta en escena como un mago revelando sus ardides. Y en estos tiempos de incrédulos, mostrar el truco es de sabios. Yordanka Ariosa y Liván Albelo son los maestros de su propia ceremonia. Ariosa consigue transiciones excepcionales, conduce a su personaje por los tonos más estridentes sin resultar desagradable, puede ser irónica o sobria. El expresivo rostro de la actriz, su timbre de voz y su cuerpo son combinados de diversas maneras para crear en el espectador el efecto más delicioso. Liván no funciona sólo como contraparte, pues por momentos atrapa todas las miradas: desde su eufórica iniciación, sus reflexiones sobre la intimidad del hombre y su final estado de desconcierto. El actor emplea su cuerpo con una plasticidad admirable, los cambios de vestuario y el manejo de los objetos son de una pulcritud poco vista.

La caracterización de los personajes no presenta a los actores como dos adolescentes inexpertos, sino como jóvenes más adultos. El vestuario, el maquillaje y la propia postura de los actores extrañan aún más la situación ante nuestros ojos, razón por la cual el espectador se involucra sin recelos en una historia que es, premeditadamente falsa.

Los jóvenes cantan temas de Blanca Rosa Gil haciéndose acompañar por Waldo Díaz y Diana Rosa Suárez, quienes a lo largo de la puesta se erigen como parte indisoluble del espectáculo. La calidad de las interpretaciones musicales en vivo, logra introducir el homenaje a esa grande de la canción cubana de manera coherente y seductora dentro de la puesta en escena.

Los trazos sobre el escenario que aluden a una especie de plano de la habitación, determinan el comportamiento escénico de los actores. Magda es certera en sus desplazamientos, sin embargo controla los pasos de Karol, no sea que se pase de la raya. Un sofá, una cama y dos mesitas de café son trasladados por los propios actores hacia el área indicada. La relación con el elemento escenográfico es espontánea, sin ocultaciones ni justificación vanas. El juego creado por los intérpretes mediante los objetos alcanza su mayor ingenio en la verticalidad de la cama que nos permite mirar desde arriba la intimidad de una pareja moderna. Aunque bien engarzados con el resto de la convención, resultan un tanto menos atractivos los cambios de vestuarios. Con igual desenfado se produce la relación de los actores con las luces y los músicos. Los actores interactúan con elementos externos al escenario y surgen como seres vivos entre un espacio signado por ángulos rectos y un cromatismo equilibrado que enfatizan la cualidad de representación.

Raúl Martín propone La primera vez al público de hoy, arraigado firmemente a un humor corrosivo, a la profunda reflexión sobre la realidad que a veces nos lastima por irreversible y por verdadera, pero necesitado también, no hay dudas, de una carcajada sonora, fresca, limpia.

COMO LA PRIMERA VEZ

Por Osvaldo Cano.

Con el estreno de La primera vez, Raúl Martín vuelve a desplazar su atención hacia una obra del repertorio europeo. Es conocido que el líder de Teatro de la Luna ha demostrado una marcada preferencia por la dramaturgia cubana apenas desplazada por títulos como Seis personajes en busca de un autor, Heaven y ahora el citado texto de Michal Walczak, un joven y talentoso dramaturgo polaco muy interesado en el reflejo de los dilemas que acosan a su generación. La capitalina sala Adolfo Llauradó acoge la propuesta del exitoso director, quien vuelve a probar la eficacia del lenguaje teatral que lo distingue.

La primera vez resulta una pieza concebida en clave cómica que apela a la repetición y el absurdo para poner en evidencia el fútil intento de sus protagonistas por lograr una iniciación sexual perfecta. El propio Walczak ha confesado que siente un especial interés por poner a contender los tabúes de la educación heredada de sus mayores con el liberalismo reinante en su entorno. Esta revelación deviene una suerte de hilo de Ariadna a la hora de relacionarnos con el texto. Digo esto atendiendo a que los protagonistas de La primera vez, dos atildados y respetuosos jóvenes, en su intento por alcanzar la añorada perfección solo consiguen el tedio o la histeria, en tanto que cuando —gracias al equívoco— tiene lugar un encuentro improvisado en el cual dos desconocidos amantes dan rienda suelta a sus instintos, todo fluye de un modo natural y armonioso.

Walczak apuesta aquí por una iniciación en la que prime la espontaneidad e incluso el desenfreno, ubica entre sus argumentos en ese sentido a nuestra naturaleza instintiva como vía para vivir una experiencia intensa, aunque fugaz, anteponiendo lo irracional a lo pautado. No obstante, advierte —en un tono desenfadado y proclive a la risa— de algunas de las posibles consecuencias y responsabilidades afrontadas por sus criaturas cuando su conducta sexual sigue este curso.

Martín toma el texto del autor polaco y lo trabaja en aras de acercarlo a nuestra sensibilidad e intereses. Para ello echa mano a recursos que han tipificado su manera de hacer desde montajes como La boda, Los siervos o más recientemente Delirio habanero. En otras palabras, incorpora la música, el canto, las coreografías e incluso —ahora— la pantomima, como elementos integradores del discurso espectacular. Como bien sabe el público que sigue su rastro, se trata de un creador que gusta de dotar a sus propuestas de un empaque muy cercano al de la comedia musical. En esta ocasión esa preferencia lo conduce a crear momentáneos paréntesis estructurales en medio del relato, deteniendo la acción al tiempo que introduce un certero gancho al hacer que los actores interpreten varios de los éxitos de una de nuestras grandes boleristas: Blanca Rosa Gil.

El director, como suele hacer, asume varias responsabilidades a la hora de realizar el montaje. Los diseños de escenografía, vestuario y luces e incluso la versión corren por su cuenta. Por momentos tal parece que se cita a sí mismo o que utiliza, en la escenografía o el vestuario, elementos ya vistos en otras puestas suyas. No obstante, lo cierto es que las soluciones aportadas son ágiles e imaginativas. Tal es el caso de la cama, por ejemplo, o del aforo que consigue resolver los problemas técnicos de la sala, contribuyendo visiblemente a dinamizar el espectáculo. Aportadora de un ambiente peculiar y muy a tono con los presupuestos del director resulta la música, que es ejecutada en vivo. Waldo Díaz se encarga de realizar los arreglos a partir de los cuales consigue acercarse a una sonoridad contemporánea sin perder de vista las pautas del original.

Debo hacer notar que a la hora de escoger el elenco prescindió de sus principales figuras las que, dicho sea de paso, se cuentan entre los mejores intérpretes de nuestras tablas. En esta ocasión el protagonismo recayó sobre Liván Albelo y Yordanca Ariosa, dos jóvenes con mucho talento. Ariosa demuestra que posee un temperamento fuerte y que es capaz de transparentar un amplio registro de emociones, a esto suma una voz potente y bien timbrada que le permite cantar con afinación y garra, amén del dominio de la gestualidad y la nitidez a la hora de denotar las transiciones. Albelo no se queda a la zaga y acomete su rol con desenfado y naturalidad. Se trata de un comediante orgánico que domina su cuerpo, canta, baila y actúa con inusual desenvoltura.

Con La primera vez Raúl Martín vuelve a protagonizar un acontecimiento teatral de mucho interés. Fiel a su estilo, demuestra una vez más que se ha instalado en un modo de abordar el teatro que lo distingue y le permite el diálogo con amplios sectores de público. Esa, junto a la rigurosa selección del elenco, han sido dos de las claves de su éxito.

*CRÓNICA DE UNA PRIMERA VEZ*

Por M. G. Lavandero.

“Todo, incluso la felicidad, comienza por la primera vez”. También este artículo: el último estreno de Teatro de la Luna, nos desnuda el tema; pero como les sucede a sus personajes, aprehender todas las sutilezas de la historia quizá nos lleve más que diez ensayos, un huidizo primer encuentro y algunos años de evocaciones. Para luego, en otra fortuna y tras haber asistido a otras experiencias, acertar.

A partir de la obra homónima del polaco Michal Walczak, Raúl Martín ha concebido *La primera vez*, una puesta que potencia y conecta con los recursos habituales de este joven director y la poética que distingue al grupo dentro del panorama teatral de nuestros días. Se trata de “un amor teatralizado, de las sucesivas combinaciones pactadas y pautadas por dos jóvenes para concebir su primer contacto físico; juego que los lleva a la incomunicación y, definitivamente, al desencuentro”. Temas cotidianos que pueden parecer domésticos —decía Martín en conferencia de prensa—, pero que son universales. Condición que une la puesta a su*Delirio habanero *(2006), de similar intención.

Quien haya asistido a esta última, a *Cecilia* (2005) o a *Lunas de Cuba*(2008), por citar solo algunas de las más recientes y cercanas a lo que esta obra propone en términos estéticos, podrá constatar la recurrencia a lo coreográfico y a la comprensión de la música como componente intradiegético, a la vez que reencontrarse con actores de extraordinarias condiciones vocales y gestuales.

Yordanka Ariosa y Liván Albelo, junto con los músicos Waldo Díaz y Diana Rosa Suárez, conforman el elenco de este espectáculo.

Actores, bailarines, cantantes: Yordanka y Liván recorren y combinan estos roles a largo de más de una hora de puesta. En el personaje de Ella**(Magdalena), el público puede reconocer a la joven actriz que se desempeñó en *Delirio habanero* —al igual que Laura de la Uz, pero en el año 2007—, por cuyo papel protagónico mereció el Premio Llauradó. También vimos a Martín dirigirla en *Lunas de Cuba* y *Heaven (A Tristán)*(2008). El personaje de Él* *(Carol)* *está a cargo de otro joven actor cuya trayectoria ha estado enriquecida por interpretaciones para el cine (*Libertad de movimiento*, una producción de 2007 de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños), televisión (programa Súper 12, dirigido por Julio Fuentes en 2004), radio (programa Quédate conmigo, de Habana Radio) y teatro (*Las vacaciones de Mambrú*, bajo la dirección de Milva Benítez en el 2007; *Romanza del lirio*, de Lisset Silverio el mismo año; *La sucia noche*, dirigido por Omar Bilbao en 2004, por cuyo papel protagónico obtuvo el Premio de Actuación Masculina en el XIV Festival de Pequeño Formato en Santa Clara). Lo hemos visto también bajo la dirección de Raúl Martín en *Delirio habanero*y *Heaven (A Tristán)*.

Por medio de un delicioso trabajo danzario, la incorporación de la pantomima, el canto, los continuos cambios de vestuario y la movilidad de los recursos escenográficos, ambos actores protagonizan en una hora lo que quizás hayan sido meses o años de un amor adolescente, simpático en sus enredos y privado por los esquematismos y la incomunicación.

Por primera vez, el grupo ha incluido la interpretación musical en vivo, un sueño acariciado por Martín durante muchos años: Waldo Díaz al piano y Diana Rosa Suárez en la percusión, la flauta y el güiro. Los temas interpretados por los actores y los músicos, así como las grabaciones que reciben y despiden a los espectadores en la sala, constituyen un homenaje a la cantante matancera Blanca Rosa Gil. Sus apasionados boleros acompañan las tensiones de los personajes y sus momentos de relax, o bien acentúan la condición tragicómica de su disputa. Como apunta Ernesto Fundora en el programa de la puesta, se trata de una selección musical que “acerca el texto de Michal Walczak a nuestras sonoridades y burla el engañoso afán de cercanía temática o geográfica”.

Aunque ambos actores cuentan con una cierta formación musical, Raúl Martín recurrió a la asesoría de María Eugenia Barrios. La experimentada intérprete y profesora cubana les impartió clases de canto y acompañó el montaje en escena de los arreglos musicales. Estos últimos, a cargo de Waldo Díaz.

El repertorio de Teatro de la Luna muestra una predilección por los autores cubanos, especialmente por la obra de Virgilio Piñera: *La boda*(1997), *Electra Garrigó* (1997), *Los siervos* (1999) y *El álbum* (2001), inspiraron sus primeros años. No obstante, en los 13 transcurridos desde su fundación, ha llevado a escena las creaciones de otros reconocidos dramaturgos: Abilio Estévez (*El enano en la botella*, 2001 y *Santa Cecilia*, 2005) y Alberto Pedro (*Delirio habanero*, 2006).

Sin embargo, *La primera vez* no inaugura los acercamientos de Raúl Martín a un autor foráneo: ya había asumido en el 2001 la puesta de *Seis personajes en busca de un autor*, del italiano Luigi Pirandello, y siete años más tarde la dirección de *Heaven (A Tristán)*, sobre el original homónimo del alemán Fritz Kater. La idea de montar la obra del polaco surgió a partir de su lectura dramatizada en Cuba, como parte de la Semana de la Cultura de ese país en La Habana, el pasado año. “La obra me interesó desde el principio —contó Martín en conferencia de prensa, días antes del estreno—. Gracias a la Embajada de Polonia y a los esfuerzos del escritor cubano Reinaldo Montero, pudimos acceder a los derechos”.

Michal Walczak es un consagrado exponente de la dramaturgia polaca contemporánea. Pertenece a la llamada “generación de los 30” de su país, junto con otros treintañeros que muestran en ese panorama una obra atendible. Walczak es el autor de unas 20 piezas, traducidas a 17 idiomas.

*La primera vez* fue estrenada el sábado 6 de marzo en la sala Llauradó de la Casona de Línea, en La Habana. La acompaña una exposición dedicada al “Año Grotowski” y al aniversario 50 del Teatro Laboratorio, fundado y dirigido hasta 1982 por el teórico polaco. Mientras Teatro de la Luna espera la anhelada reapertura de su sede, el Teatro Roberto Blanco, la exposición y la obra permanecerán en la Llauradó hasta el 21 de marzo. Los días finales de este mes, el grupo partirá hacia Adana, Turquía, en cuyo Festival Internacional presentará *Delirio habanero*.

LA PRIMERA VEZ

Por Roberto Gacio.

El pasado 6 de marzo de 2010 en la Sala Adolfo Llauradó de esta capital, se estrenó La primera vez, del autor polaco Michal Walczak, por el Grupo Teatro de la Luna , bajo la dirección de Raúl Martín.

Texto aparentemente ligero, encierra los difíciles temas de la incomunicación en las parejas, y la visión del sexo como hecho muy circunstancial, separado, por tanto, de la expresión amorosa.

El autor ha creado un tejido dramático fragmentado y situado en la cuerda del absurdo. A veces el enredo se contrapone, se distiende y nos deja un poco confundidos, hasta que al final el conflicto se esclarece de manera "natural".

Raúl Martín desarrolla un juego escénico subyugante, de un atractivo visual seductor. Su puesta en escena posee precisión, brillo en las composiciones y la exacta colocación de las canciones, de la coreografía o la pantomima. Un mecanismo de relojería iluminado por el alma de los intérpretes.

Como parte de su poética: el baile -entendido como danza-teatro- y la música, esta vez en vivo. El discurso artístico incluye el atractivo uso del color en el vestuario y en la selección de los objetos y elementos escenográficos.

El director-diseñador traza una visión plástica de esta farsa, una evidente construcción del artificio, como solución escénica y artística que nos remite al teatro teatral, concepto defendido con brillantez por Robert Blanco, maestro de Martín.

La música, interpretada por Waldo Díaz, pianista y arreglista y Diana Rosa Suárez en la percusión, ocupa un papel protagónico. Son las canciones inolvidables en la voz de la mítica cantante de los años 60 Blanca Rosa Gil, y en la de los actores.

En cuanto a las actuaciones, estos jóvenes artistas, Yordanka Ariosa y Liván Albelo se sitúan a la vanguardia de los intérpretes de su generación. Tanto ella como él gozan de amplias dotes histriónicas: fisicalidad, dicción y proyección excelentes, talento para el baile y el canto, y sobre todo, la cabal interiorización de sus personajes, que incluye diferenciar situaciones, estados de ánimo, realizar transiciones depuradas y matizar sus parlamentos, de modo poco usual entre los que se inician.

Un espectáculo que cuenta con un texto universal y por tanto aplicable a nuestra realidad. Músicos, actores y un equipo de realización y apoyo de lujo, más un director cuya creatividad ya demostrada, lo ratifica una vez más como un artífice deslumbrante de nuestro teatro. 

COMO SI FUERA LA PRIMERA VEZ

Por Norge Espinosa.

Ella lo espera con el anhelo de quien ansía una gran pasión. Él llega a su puerta, mojado, bajo la lluvia pertinaz, a fin de ofrecérsela. Sin embargo, los malentendidos harán que el abrazo se demore y que, al final, el idilio acabe en un acto de pesadillas. Muchos años después, las claves de esos desencuentros quedarán esclarecidas. Pero envuelto en el ritmo de un bolero, ese romance podría recomenzar una y otra vez.

A partir de una fábula en apariencia simple, Raúl Martín vuelve con Teatro de La Luna a varias de sus obsesiones, eso que a fuerza de repetirse, acaba siendo un estilo, un sello propio. Los espectadores que en este mismo Festival han aplaudido varios de sus montajes reconocerán en su versión de la pieza polaca que ahora nos presenta (La primera vez, del joven autor Michal Walczak) el mismo gusto por el tono farsesco, por el humor que puede mezclarse con lágrimas y pausas, la posibilidad de rearticular una pequeña trama en muchas posibilidades infinitas. No se equivocan, creo, quienes descubren en los avatares de Él y Ella (o Magdalena y Karol) gestos cercanos a los pasos de baile que disfrutábamos en La Boda, aunque esta vez no sea un tango, sino un bolero de Blanca Rosa Gil, lo que mueva los cuerpos de los amantes en pugna.

El trabajo descansa en la labor de los intérpretes. Yordanka Ariosa es una presencia firme, una mujer que ha ido labrando una carrera ya en pleno ascenso, y que se aferra a su voz con la misma pasión de la bolerista a la cual Martín dedica ese insólito homenaje. Si es eficaz en las transiciones de la risa al drama, no pierde control de sí cuando el libreto le exige exponer reacciones a las circunstancias absurdas que imagina el autor, ganando aplausos por su organicidad y cuidadoso diseño psicológico de esta mujer que atraviesa tantos estados de ánimo, canta y habla con igual desenfreno. Liván Albelo es un actor que logra imponerse siempre a los retos que se le enfrentan, y ganar el favor del público por la transparencia y carga lírica que logra imponer a sus caracterizaciones. Sostiene un dúo con su partenaire (y en este caso no viene mal el término dancístico), que resulta imprescindible para que el espectador comparta otros puntos de vista a lo largo del espectáculo, y logre identificarse con la verdad de sus roles.

La música en vivo es un elemento a destacar, hábil en revivificar boleros de cantina hacia una dimensión que los teatraliza. El propio Raúl Martín se ha encargado además de los diseños de la puesta, lo cual concede una unidad visual a todo el conjunto. La primera vez retorna a las claves primarias de su poética, que ya tiene un espacio propio en nuestro panorama teatral. Un director que va desde los textos cubanos hasta la lejana Polonia para tratar de seguir siendo siempre el mismo. Y que si nos hizo cantar a la Vieja Luna en un montaje exitosísimo, nos hará salir esta vez cantando palabras de cristal, tras haberlos aplaudido, como si entonáramos esos boleros por la primera vez. 


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