La Mamá que agradecemos

Por Ana María Domínguez Cruz
La Jiribilla. 26 de octubre de 2023

Niña y Niño no conocen el mar. No han visto más allá de las paredes oscuras de la torre en la que viven. No comen más que sopa y carne de conejo y no se atreven a desafiar a su Mamá. Ella es quien los aparta de la biblioteca, porque es ella quien debe contarles los cuentos… Ella es quien les dice cómo dormir, cómo comer, cómo caminar, cómo obedecer… Ella les habla constantemente del enemigo, la bestia, el iguandrago, ante el cual deben saber defenderse aunque nunca el momento crucial llegue. Niño le teme a Mamá y Niña es rebelde, osada, retadora. Desea escapar y escapa, sin embargo, regresa. “Somos débiles los dos… Yo siempre regreso y tú nunca te vas”, le dijo a Niño. El trágico final lo libera a él, porque se atrevió a salir de la torre y salir a conocer el mundo, a oler el mar.

Mamá es la obra por la que apostó la dramaturga Bárbara Domínguez para llevar a las tablas, con la dirección general de Raúl Martín, bajo la sombrilla del Teatro de La Luna. Conocedora de los textos de Raúl Alfonso, Bárbara lo trae de vuelta a la escena cubana —enhorabuena— y gracias a ella, comprendemos que escrita en los años 90, la obra posee extraordinaria vigencia en estos tiempos.
¿Habla de la sobreprotección maternal? Sí. ¿Alude a los secretos escondidos de las familias? Sí. ¿Evoca los conflictos de una crianza autoritaria, dominante y hostil? Sí. ¿Propone reflexionar sobre los modelos monoparentales del hogar? Sí.

Pero seríamos muy ingenuos si no percibimos que Mamá es, filosóficamente hablando, una propuesta profunda e intensamente metafórica. Puede doler, a ratos, un texto tan duro y áspero. Puede parecernos demasiado cruel, pero ha sido necesario que así sea. Hablar de frustraciones, anhelos, miedos, ahogos emocionales, prohibiciones, decepciones, muerte y mentiras siempre lo es. Y Mamá provoca que en ello pensemos, en las circunstancias actuales, cada cual desde su espacio vital.

¿Irse es siempre la solución? ¿No podemos construir una torre mejor? Una que nos proteja de las inclemencias del tiempo y nos ofrezca seguridad para dormir, pero que nos permita vivir a nuestras anchas… ¿No es buena idea dialogar, entendernos, satisfacer nuestras necesidades básicas y también las espirituales, y bailar alegres por eso? ¿Por qué Mamá no lo entiende? ¿Por qué Niño y Niña deben bajar la cabeza y no soñar?
Es una fábula fantasmagórica —según Raúl Alfonso dijo—, me recuerda la actriz Mayra Mazorra, la Mamá de esta historia. “Solo se había hecho una puesta años atrás, y para esta ocasión tuvo la delicadeza de venir desde España para colaborar con el montaje. Decimos que es una fábula y pensamos en lo que conocemos de niños como tal, pero es una tragedia, y ha requerido mucho trabajo físico y la aprehensión de un texto que nos remite a lo clásico.

Conlleva un colosal esfuerzo nuestro, como actores, para pronunciar bien y cuidar la dicción, para desplazarnos coherentemente en el escenario, para resultar creíbles en una situación tan extrema como la que se dibuja. Me ha dejado mucho. Es una obra muy fuerte, con una emotividad intensa, y hay que entregarle mucho también”.
Justamente ver a Mayra Mazorra en esa piel, aun cuando no se ha separado del teatro nunca y en televisión nos ha regalado personajes tan diversos, ha sido otro hallazgo.

“Es un tipo de teatro que hace rato no se hace. Tiene rasgos de la contemporaneidad, pero nos lleva a lo clásico del ámbito de las tablas. Pueden vernos en matices distintos, que nos enriquecen como artistas”.
El texto está escrito de manera excelente, y eso se agradece mucho, comenta Mayra. “Rememora el teatro de antaño, que se hizo con Roberto Blanco y Berta Martínez hace años acá. Le rendimos homenaje a ellos y al público que disfrutaba de esas propuestas en aquel tiempo también”.

Niña, la actriz Ana Flavia Barrios, quien pertenece a Teatro El Público, reconoce que su personaje tiene una carga muy fuerte y ha sido un proceso complejo para ella como actriz. “Trabajar en los matices de Niña fue difícil porque ella es la que lleva la carga de la rebeldía, de violar lo que le han establecido en su vida, de saltar los muros. De todos los personajes que he hecho hasta ahora, este me ha costado mucho, y agradezco la oportunidad para asumir el reto”.

Daniel Triana, Niño, también representó el arquetipo del temeroso que no se atrevería ni a mirar la luz por la hendija de la ventana. No porque no lo desee, sino porque su miedo es mayor que sus ganas de vivir. Grácil en sus movimientos, ojeroso y flaco, encarnó a la figura que bien conocemos, que hasta tanto las circunstancias no le coloquen en el borde, no salta. Pero cuando lo hace, embriagado de luz y mar, es posible que olvide todo.
Con un diseño de vestuario a cargo de Maikel Martínez, en el que predomina la dureza del saco en las confecciones textiles y la asesoría coreográfica de Maylin Castillo, la obra contó con la asesoría teatral de Carlos Díaz. Es simple en cuanto al uso externo de objetos y telas extras. La obra es específica en el tono que requiere, en el empleo de lo elemental y en la apropiación de una nana africana que deviene única sonoridad añadida. No hace falta más.

Todos hemos sido, en diferentes momentos de nuestras vidas, Niño o Niña. Ser Mamá ya es otra cosa. No siempre tenemos el poder para ser la única voz. Y ojalá no lo deseemos nunca. La pluralidad existe, y debe ser respetada. De lo contrario, un día se busca ese respeto a la fuerza.

“Es preferible un final espantoso que un espanto sin fin”, dice uno de los personajes. Gracias a Raúl Alfonso, a Bárbara, a los actores, a Raúl Martin… a todos los que contribuyeron para volver a tener a Mamá en la escena cubana. Gracias por permitirnos comprender que no es esa la Mamá que queremos. 

Publicación de Abel González Melo

Facebook. 11 de agosto de 2023

Ha sido un disfrute mi reencuentro con La Habana teatral esta noche: “Mamá”, sorprendente texto de Raúl Alfonso, dirigido con firme pulso por una de las personas que mejor conoce la obra dramática de este autor, Bárbara Domínguez.

Se trata de una producción de Teatro de la Luna, protagonizada por Mayra Mazorra (Maya Perez), a quien resulta todo un lujo ver tan plena sobre el escenario, junto a los jóvenes Daniel Triana (Danielito Tri Tri) y Ana Flavia Barrios. Raúl Martín, fundador y emblemático director de la compañía y diseñador él mismo, crea estimulantes atmósferas de luz, imponiéndose a la precaria dotación técnica de la sala El Sótano.

Una fábula sólida, delirante, heredera de esa línea de la dramaturgia cubana donde lo mítico y lo familiar se funden, donde el juego del poder y el encierro se vuelve jugosa metáfora. Ahí están títulos como “La noche de los asesinos” de José Triana, “Los mangos de Caín” de Abelardo Estorino, “Dos viejos pánicos” de Virgilio Piñera o “La noche” de Abilio Estévez.

Junto a ellos, “Mamá” resplandece con diálogos cargados de hondura filosófica e indisimulado sarcasmo, un tono muy difícil de equilibrar en una puesta en escena, pero que Baby y su elenco consiguen con sobrada solvencia. Siendo esta obra una clara hija de los años 90 del pasado siglo -Teatro en las Nubes la estrenó entonces-, su exuberante poética adquiere nuevas lecturas aquí y ahora: la crudeza de su argumento, su lacerante humor, las decisiones esenciales de sus personajes-arquetipos con respecto a la permanencia o la huida, la vida y la muerte, el éxito o la frustración, la libertad o el miedo, se resemantizan hoy ante la debacle sostenida, el iguandrago perpetuo, el ideal sublimado, la ilusión hecha trizas, los sucesivos exilios.
“Es preferible un final espantoso que un espanto sin fin”, dice un personaje.

Qué importante que regrese a los escenarios cubanos un dramaturgo como Raúl Alfonso. Durante mis años en el ISA fui un privilegiado al tenerlo muy cerca y aprender mucho de él. Lo acompañé como asesor en varios procesos completos, de los cuales recuerdo con especial cariño “La noche” (Teatro Nacional de Cuba, con Eclipse) y “La seducción” (Teatro Trianón, con El Público) y numerosos espectáculos que dirigió en la Escuela Nacional de Teatro. Qué época aquella. Cuánta acumulación, cuánto goce. Raúl es un maestro culto, leal y apasionado.

Bárbara Domínguez también lo es. Se ha entregado mucho en este montaje, ha puesto su experiencia como maestra, artista y madre a disposición del ritual, y uno lo nota: en el cuidado de las soluciones escénicas, en la elección del vestuario y demás elementos visuales y sonoros, en la síntesis del trazado y en la afinación del elenco dentro de un tono tan específico. Me ha alegrado mucho ir al teatro y aplaudirla, aplaudir al equipo y al queridísimo Teatro de la Luna.

Increíblemente, solo dos días más está la obra en cartel. Urge que puedan reponerla pronto. 

Mamma mía!

Frank Padrón Nodarse
El Caimán barbudo. 21 de agosto de 2023

La breve temporada de Mamá, puesta de Teatro de La Luna sobre pieza de Raúl Alfonso, nos acercó tanto a una obra de fina y sólida raigambre dramática como a una puesta que supo leer en los complejos intersticios y subtextos de una escritura que va develando cepas y un crecimiento admirable en su corpus , en la línea de un José Triana o un más cercano Abilio Estévez .

Bárbara Dominguez fue la directora sumergida en el peculiar mundo de este dramaturgo que , en palabras de su colega Abel González Melo "es un maestro culto, leal y apasionado". Y prosigue el autor de Chamaco y La Bayamesa:
"Durante mis años en el ISA fui un privilegiado al tenerlo muy cerca y aprender mucho de él. Lo acompañé como asesor en varios procesos completos, de los cuales recuerdo con especial cariño La noche (Teatro Nacional de Cuba, con Eclipse) y La seducción (Teatro Trianón, con El Público) y numerosos espectáculos que dirigió en la Escuela Nacional de Teatro". ( De su muro de FB).

También fui testigo de esos títulos donde Alfonso r(d)evelaba una especial capacidad para el diseño de poderosos caracteres inmersos en contextos bien complejos que estructuraba con pericia y sapiencia dramatúrgicas, algo muy presente también en Mamá.

La interrelación entre una familia ( madre y dos hijos, hembra y varón) con un magma social adonde apunta con certero sentido, va emplazando totalitarismos, autoritarismos, rejuegos de poderes omnímodos - o que se tienen por tales- , luchas a brazo partido entre lo viejo y obsoleto contra aires renovadores que pese a todo se imponen, y se explayan en relaciones de amor / odio , debilidad y fuerza , servilismo y rebeldía, pares que germinan dentro de un aire de fábula, de mitos y leyendas a los que el autor, confesamente, rinde homenaje.
Bárbara Dominguez ha entendido con no poca lucidez las intrincadas madejas del discurso , partiendo del cual estructuró un montaje que impresiona desde los instantes iniciales , comenzando con ese aire gótico que respira la escenografía de Maykel Martínez, responsable también de un vestuario en estrecho vínculo semántico con los personajes.

La propia directora se hizo cargo de una banda sonora que se encarga de conformar poderosos complementos auditivos los cuales contribuyen a la conseguida ambientación, algo en lo que desempeña un papel no menos esencial el diseño lumínico de Raúl Martin , como se sabe director de Teatro de La Luna.

Pero el peso pesado de Mamá son las actuaciones, con una Mayra Mazorra cada vez más empeñada en demostrar sus quilates como dama de la escena. Quien ha dado vida y aportado vigor a recias mujeres ( Bernarda Alba, su criada Poncia o la cantante Celeste Mendoza) fortalece y matiza esa madre dominadora y posesiva, reaccionaria y castradora que, además de las aludidas implicaciones metafóricas, tiene mucho del célebre personaje lorquiano que Mazorra ha interpretado en más de una ocasión.

Los jóvenes Ana Flavia Barrios y Daniel Triana son sus sometidos y finalmente rebeldes hijos, quienes aportan toda la fragilidad y a la vez potencialidad de esos niños en quienes late la semilla de lo renovador que se impondrá a lo oscuro y decadente negados a ceder su trono.

Mamá es uno de los más motivadores títulos de la escena cubana en este minuto, por lo cual se impone una temporada suficientemente larga que permita su conocimiento y disfrute por parte de un amplio sector del público. Confío en que así sea. 

“Mamá”, la primera resurrección de Raúl Alfonso

Una nueva puesta de la obra trae de vuelta al desaparecido artista, con toda su hondura contradictoria.
Por Alex Fleites.
Oncuba. 8 de noviembre de 2023

Es una farsa con un poso amargo, de tragedia. O, más bien, una pieza de teatro recorrida por la amargura, sostenida por la amargura, pensada desde la amargura.

Una madre y sus dos hijos viven aislados del mundo, en una burbuja de tiempo y espacio que los debe preservar de cualquier peligro proveniente del exterior, sustantivo que, en este caso, se refiere a todo lo que no sea la llamada célula fundamental de la sociedad. Allá afuera, según le inculca la matriarca a su descendencia, todo es hostil, pernicioso, incontrolable.

Allá afuera está el iguandrago, ser mitológico cuya ferocidad y capacidad de destrucción no tienen límites. Es lo que paraliza a los jóvenes, el miedo a la bestia; es el principal argumento, la principal herramienta de poder para la madre, y la justificación para la precariedad en medio de la cual se ¿desarrollan? sus vidas.

Desde la torre o atalaya, los chicos ni siquiera se atreven a escrutar el horizonte. Viven encerrados en el espacio físico, pero también en la sumisión irracional y en el pavor. Se cocinan en los odios domésticos, en los secretos de familia, en el rencor; aunque las ansias de expansión laten en los intersticios de la cotidianidad de los muchachos. Ellos quieren irse, a cualquier lugar, a cualquier costo, pero no se atreven a conjurar el chantaje emocional de la madre, o no se atreven aún.

Raúl Alfonso (1966-2023), el autor de Mamá (1995), en fecha tan cercana como julio de 2023, escribió para esta puesta de Teatro de La Luna —antes se había versionado dos veces en Cuba y una en México— un texto que se usó en el programa de mano. Ahí explica que la pieza tuvo como motivación principal exponer el maltrato familiar al que él mismo había sido sometido, pero que luego la escritura fue aludiendo a zonas de la sociedad en la que le tocó desarrollarse.

De la puesta en escena de Bárbara Domínguez (agosto de 2023), su colega y amiga, Alfonso dijo que “aporta nuevas visiones y nuevas formas de decir, interpretar y sentir el texto. Más despojado que las anteriores, el montaje de la Luna nos enfrenta a un mundo de pobreza y harapos, consignas y violencia, atmósferas paranoicas y terminales en la que los hijos ven secarse su juventud y en la que la madre, eterna y omnipotente, nunca envejece”.

Teatro de la Luna, la compañía que dirige Raúl Martín, vuelve a anotarse un tanto a favor con esta reinterpretación del título de Raúl Alfonso. Baby Domínguez ha sabido dejar el texto en su esencia trágica. Hay humor también, pero es agridulce, más para la inteligencia que para los estertores gozosos del cuerpo. Vaya, que es difícil reírse cuando de lo que se habla es, justamente, de nuestras penurias y desenfoques.
La madre, una Mayra Mazorra que se crece de obra en obra, ejerce su poder omnímodo recurriendo a la crueldad, y a la muerte si es preciso. Degüella a la niña que, luego de escapar, regresa convertida en una mujer que ha visto mundo. Trae “pacotilla”, pero, sobre todo, viene con noticias sobre otra forma de vivir, lo que podría socavar el poder omnímodo de la madre, que se basa en la falta de información y la ignorancia.
En su oscuro reino quien se atreve a adversarla va al sótano sin excusas; y quien traspone la puerta, muere. Muere por la mano de la madre, sin importar que se trate de su hija. Y si no, como es el caso del padre, personaje referido, deja de nombrarse, se diluye en el voluntarismo de la memoria selectiva y la interpretación sesgada.

A su vez, la madre morirá a manos del hijo. Es la única forma de emancipación posible: superar un orden caduco, sepultarlo bajo los escombros de la torre.

Resulta imposible no emparentar Mamá con ese filón temático del teatro cubano que tiene como objeto de escrutinio a la familia como parte del entramado social: Aire frío y Electra Garrigó, de Virgilio; La noche de los asesinos, Triana; Contigo, pan y cebolla, de Quintero… No es una veta agotada. Seguro seguirán cavando en ella los teatristas que ahora mismo son y los que serán.

De la puesta, poco más que agregar a las palabras de Raúl Alfonso, quien visitó La Habana durante el proceso de este montaje. Una banda sonora sugerente (Bárbara Domínguez), un ajustado diseño de luces (Raúl Martín) y las actuaciones memorables de Ana Flavia Barrios y Daniel Triana, en los papeles de los hijos: gran presencia escénica, cuidado en los matices, veloces en los cambios emocionales.

Mamá se estrenó en El Sótano en agosto de este año, y tuvo solo tres funciones. Volvió este fin de semana, a la Sala Llauradó, como un cálido homenaje al artista desaparecido. Los dos últimos fines de semana de enero de 2024 irá de nuevo a El Sótano, y será una oportunidad de oro para aquellos que quedaron fuera cuando se colgó el cartel de “agotadas las localidades”.

Raúl Alfonso fue actor, dramaturgo, docente y director teatral y de audiovisuales en Cuba, México y España. De él se recuerdan, entre otras, las piezas Aquellos paisajes (2017), El pie de Nijinski (2012-13), Naturaleza muerta con actores y ángeles (2004), La seducción (1998), Bela de Noche (1994), Isla solitaria (1992), El dudoso cuento de la princesa Sonia (1992) y El grito (1988).

Al referirse al enfoque de Mamá, que para algunos puede parecer sombrío, Raúl se apuró a declarar: “No niego la fuerza salvadora del amor con toda su luminosidad y expansión, pero el amor por sí solo no puede salvarnos. Hay que amar, sí, pero también hay que luchar contra los monstruos”.

En una publicación en su Facebook correspondiente a 2020, el dramaturgo, tan polémico como fue, expresó: “El teatro me ha salvado, siempre me ha dado la oportunidad, siempre el teatro me ha concedido la gracia de la resurrección…”. Claro, ahí hablaba en sentido figurado, se refería a la pretendida o real muerte civil. Ahora es un hecho incontestable. Bárbara Domínguez y el eficiente equipo que la apoya, le han concedido la primera resurrección, al traerlo nuevamente, con toda su hondura contradictoria, a un presente que para él ya nunca pasará. 

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