Rubén Rodríguez
Periódico Ahora, 8 de abril de 2000.
Las palmas fueron, sin dudas, para Electra Garrigó, en montaje de Raúl Martín con Teatro de La Luna. La primera pieza teatral de Virgilio Piñera, estrenada en 1948, recicla la Orestíada griega y convierte sarcásticamente en cubanos a los personajes trágicos, hasta envenenar a Clitemnestra Plá con una frutabomba de diez libras. Porque el fatalismo ontológico es común para cubanos y helenos, pero...
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Waldo González
Revista Bohemia, 13 de febrero de 1998.
"Lo posmoderno en la puesta (...) se da en lo intertextual y lo carnavalesco, la parodia y la sátira, el kitsch y no poco guiños irónicos al culebrón, el cabaret, la ópera y a ciertos ¿cantantes? pop que no dicen nada y tanto sufrimos por su pedestre populismo.
Estos y otros elementos dan al director, para su lograda puesta, tal pauta enriquecida por lo gestual danzario y ese distanciamiento que, humor mediante, enrola al espectador indefectiblemente en esta "broma colosal"...
Norge Espinosa
Revista Tablas, enero-marzo de 1998.
"Esta Electra suya no ha hecho sino empezar. Y ha empezado viviendo, sacudiendo al público ya demasiado acomodado en su luneta, haciéndolo discutir sobre lo que ya tenía como gloria inconmovible -algo de lo cual no todas las obras, al cumplir su primer cincuentenario, podrían vanagloriarse. (...) Acaso eso nos baste para decir que las cosas, en el Teatro de La Luna, irán cada vez mejor."
Rubén Rodríguez
Diario Ahora (Holguín, Cuba), 25 de marzo de 2000.
"Martín (...) capta el sentido lúdrico de la obra y lo reafirma en su puesta ecléctica de géneros, donde caben por igual la parodia, la sátira y la danza. Electra deviene una gran coreografía donde nada es gratuito y el texto filosófico, paródico de la retórica clásica con tintes absurdos, es aligerado con música, humor y baile bien integrados a la obra. Pozos de existencia verbal, el logos catártico del gran pesimista Pitear, se resemantizan convertidos en rumba, guaguancó, punto guajiro, music hall o canción pop (...) La música incidental y las versiones de Aymée Nuviola está en función del tempo y el impecable diseño de luces favorece la atmósfera, plena de espectacularidad sin concesiones.
El elenco logra la caracterización "posmo" de los personajes con el uso pleno de sus dotes histriónicas y vocales y el empleo inteligente de la psicología del color. Las actuaciones están en la cuerda de la excelencia, con pulcros desplazamientos escénicos de grupos y actores..."
Claudia Mirielle
Boletín GESTUS. Festival Nacional de Teatro. 4 de octubre de 2002.
"El espectáculo de Teatro de La Luna aparece en nuestro contexto como una provocación necesaria. No sólo el hecho de haber escogido la palabra piñeriana significa un reto para cualquier Director, sino el haber encontrado un lenguaje que desde la escena pueda ser máscara y verdad al mismo tiempo, significa uno de los triunfos de Electra Garrigó. Y es que la lectura de Teatro de La Luna reverencia al tiempo que ironiza, seduce para no entregarse al final, y es capaz de ser sinuosa cuando se torna verdad rotunda".
Electra Garrigó: Gilda Bello
Clitemnestra Plá: Amarilys Núñez
Orestes Garrigó: Ariel Díaz
Agamenón Garrigó: Roberto Gacio
Pedagogo: Teherán Aguilar
Egisto Don: Mario Guerra
Música original compuesta y ejecutada por: Aymée Nuviola
Grabación, Edición y mezcla de sonido: Adrián Torres
Productor y Representante: Manuel Antonio Quintans
Diseño de Luces: Tony Arocha
Equipo Técnico: Teatro Nacional de Cuba
Profesora de danza: Luisa Santiesteban
Profesora de canto: María Eugenia Barrios
Asesoría Dramatúrgica: Bárbara Domínguez
Pinturas: Tamara Campos
Esculturas: Rafael Miranda San Juan
Diseño, confección del vestuario y puesta en escena: Raúl Martín
Dirección General Teatro de La Luna: Raúl Martín
Agradecimientos: Nisia Agüero Benítez y Lourdes Tamayo
Ha sido interpretada por: Laura de la Uz, Xiomara Palacio, Déxter Cápiro, Juan Surí, Fernando Echevarría, Héctor Eduardo Suárez, Yeyé Báez, Elio Enrique Mesa, Ana Gloria Hernández, Grettel Trujillo, Amarilys Núñez, Gilda Bello, Mario Guerra, Ariel Díaz, Roberto Gacio y Teherán Aguilar.
Una batalla por la indivinidad.
Virgilio Piñera está de moda. Su nombre, sus piezas, su vida íntima y todo aquello que pueda relacionarse con su excepcional figura ha cobrado un valor mítico que, gran paradoja, acaso le hubiera repugnado. El, que tuvo como única diosa a la literatura, habría rechazado, lo sé, todas estas posternaciones y largos elogios que, sin embargo, servirán al menos para alimentar su ego, el rotundo concepto que tenía de sí mismo y del limitado poder de su palabra..
Ahora podemos asombrarnos y descubrir, juntos a quienes no faltan a ninguno de los homenajes que en torno a sus libros se suscitan y propagan recuerdos y testimonios de auténtica o improbable amistad, a un pequeño pero fidelísimo grupo de jóvenes que, en lo que va de década, han demostrado ya cuan cerca está Virgilio, guía de poetas y artistas en estos tiempos difíciles; tal y como alguna vez -nos dice Dante- aquel otro Virgilio podía conducirlo entre los círculos más terribles. Piñera está de moda, "en el candelero", como le agradaría decir de sí. Y -peligro-, no hay escapatoria.
Para bien del teatro de la Isla, es cosa siempre segura el eterno retorno de Electra Garrigó. Pasa el tiempo, pasan los directores, mueren los actores y los escenógrafos, los sustituyen otros, y ninguno consigue evitar algún roce con ese fantasma, con esa sombra vestida de rojo que impuso en nuestra frágil escena de entonces, el dominio de la Indivinidad. Las fotografías que recordamos nos devuelven los rostros de Lilian Llerena, Adela Escartín, Elena Huerta, Florencio Escudero, Omar Valdés... hasta mostrarnos a Lilian Rentería, Adria Santana o a otras de las intérpretes que dijeron y aún dicen las no-invocaciones que la hija de Clitemnestra Plá repite insistentemente. Ahora mismo Roberto Blanco nos la devuelve. Ahora mismo Raúl Martín, despojándose de toda pompa o teatralidad impuesta, nos enfrenta al mayor mito de nuestra dramaturgia.
A Raúl Martín, y a su Teatro de La Luna -feliz cristalización de lo que ya necesitaba su carrera-, debemos algunos de los más fervorosos acercamientos de cuantos ha recibido en estos años Virgilio Piñera.
El espectador no podrá olvidar La boda, quienes pudimos ver algunas de sus funciones tampoco olvidaremos El Flaco y El Gordo, que presagiaba ya lo que ese otro montaje y las coreografías de este creador levantan firmemente. Por ello la línea que enlaza esta Electra... suya con el resto de sus estrenos es clara y evidente: continuación de una búsqueda que será rica y acaso interminable. Más allá del cuidadoso uso del color, de la limpieza de espacios, más allá aún de la importantísima funcionalidad de la música en esta versión; sorprende en ella el acercamiento a ese contrapunto que, siendo tan obvio en el texto, no siempre ha sido debidamente atendido por quienes retoman la pieza. Allí donde Piñera trazaba una frontera quebradiza entre lo elevado y lo grotesco, entre lo patético y lo ridículo, basado en el choteo nacional, emplaza Martín el portal de columnas entre las cuales aparecerá la célebre protagonista. Siempre me ha molestado la seriedad y el empaque con que algunos directores, y aún estudiosos, han pretendido convertir esta obra en una suerte de oratorio griego sin más. Ahora, sin embargo, debo confesar que yo mismo, a veces, me he sorprendido ante el desenfado con el cual los textos piñeranos hacen aquí lo suyo. Pro lo clásico es aquello que puede ser retomado siempre desde cualquier punto de vista, desde cualquiera de las aristas que ya encierre. Y Electra Garrigó es una broma perfecta, un atentado al Olimpo y una bomba de tiempo.
Ojalá esa sorpresa la comparta el espectador, a quien garantizo no salir indiferente a lo que ha visto a ese juego perenne, a esa bien pensada desfachatez se debe que podamos comprender a cabalidad la seria recriminación que encierra la pieza en contra de "la educación sentimental que nos han dado". Si algo se ridiculiza en esta versión es a esa institución nacional y contraída que es la familia, capaz de hacer gritar por la aparición de los no-Dioses. Reirnos con Electra será reir de nosotros mismos: Virgilio estaría encantado con esta proposición.
Teatro de La Luna clama por Virgilio. No deja flores, ofrendas, imágenes ni monedas a cambio de su aparición o su no-milagro. Deja una puesta que irritará o será aplaudida con delirio. Deja algo que podrá ser entendido como un suceso. Deja la posibilidad de continuar dialogando con Piñera. Y una puerta de no-partir a la que, estaremos llamando una y otra vez. Y siempre.
Norge Espinosa Mendoza.
Noviembre de 1997. La Habana.
Espacio escénico:
10 metros de ancho por 8 de profundidad. Tarima al fondo centro con tres metros de ancho por dos de profundidad y un metro 20 cms de altura. Escalera de acceso frontal de dos metros de nacho. Escalera para actores detrás.
Luces: Las existentes en una sala de teatro común.
Sonido: Casetera o grabadora de cinta o CD. Un micrófono inalámbrico.
Peso de la carga: 50 Kgs.
Tipo de Público: Adultos
Tiempo de montaje: 4 horas
Duración de la obra: 1 hora, 25 minutos.